Territorio frágil: Planificación urgente para el futuro

18 Junio 2020

Nuestra constante relación vertical y de poder desde las urbes con ese campo sumiso y servil, se ha vuelto tan mercantil, que incluso hay quienes se atreven a denunciar absurdos como “toda esa tierra improductiva”, como si la tierra tuviese la obligación de ser útil a nuestros caprichos.

Juan Fernando Yañez >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Cuando indagamos en la identidad de un pueblo (y de una nación), en sus costumbres, tradiciones, en su carácter, maneras y comportamientos, en su patrimonio tangible e intangible, es inevitable encontrarnos entre sus raíces con la ruralidad como germen y motor de desarrollo cultural.  En algunos lugares, aquellos hoy más densos y urbanizados, se suelen desdibujar y casi borrar los orígenes, bajo capas y capas superpuestas de nuevos modos y modas, y de construcción social a partir de fenómenos cada vez más recientes; pero siempre habrá allí en algún lugar, en el fondo, en los cimientos mismos, una ruralidad subyacente sobre la cual se sustenta todo lo demás.

Hoy como país nos debe preocupar un enorme desafío.  La ruralidad - la que aún persiste - de bella naturaleza, lugar de vida, de equilibrio y crisol perfecto para amalgamar cultura, ese mundo que hacemos propio con la mirada y se pierde en lontananza, hoy se faena, se porciona, se empaca (se cerca) y se vende.  Nuestra constante relación vertical y de poder desde las urbes con ese campo sumiso y servil, se ha vuelto tan mercantil, que incluso hay quienes se atreven a denunciar absurdos como “toda esa tierra improductiva”, como si la tierra tuviese la obligación de ser útil a nuestros caprichos.

Y no se trata sólo de nuestra postura u opinión, pues podemos incluso vivir encantados y comprometidos con la protección de la ruralidad, de su significado y su sentido, pero nos enfrentamos a que las condiciones del juego, las reglas, sólo están presentes dentro de los límites urbanos, y son inexistentes para todo lo demás: ese “sobrante mundo exterior”, “el vacío entre mundos civilizados” para quienes aún piensan que lo rural equivale a atraso y pobreza, que sólo se trata de escenografía y paisaje (cuyos palcos se compran) o si acaso que se trata de aquel lugar donde los pobres campesinos trabajan arduamente por los alimentos que compramos en el súper.

Hoy carecemos de los instrumentos de planificación territorial que permitan conservar las relaciones fundamentales entre naturaleza y hombre.  Sólo nos hemos preocupado por mantener las relaciones de uso y aprovechamiento, y supuestamente para ello el mercado regula el “comportamiento” del suelo, pero dicha regulación se da únicamente desde el análisis de rentabilidad y no desde la planificación, reconocimiento, puesta en valor y conservación que aseguren los valores intrínsecos de la ruralidad. 

Para nadie debiese ser un secreto: la subdivisión predial mínima, de tan sólo media hectárea, constituye una grave vulneración al carácter natural e incluso productivo del ámbito rural, pues no sólo permite sino que promueve la proliferación de parcelas de agrado, las cuales terminan por constituir un desarrollo pseudo urbano que ejerce demandas de servicios, redes, pavimentos, entre otras, que presionan y tensionan tanto a las comunidades pre existentes como a la naturaleza del lugar, incluso aumentando la crisis hídrica,  y  avanzan rápidamente hacia sectores ecosistémicos frágiles o vulnerables, deteriorando o simplemente eliminando el hábitat natural de especies.

Desde nuestra región, y como ejemplo claro de cómo la carencia de normas nos daña, veamos el caso del mágico y bello archipiélago de Chiloé: Lugar de una cultura sinigual, declarado formalmente como ZOIT (Zona de Interés Turístico) por sus atributos naturales, paisajísticos y culturales; considerada oficialmente por la FAO-UN como SIPAM (Sistema Importante del Patrimonio Agrícola Mundial); y que cuenta con la declaratoria UNESCO como Sitio Patrimonio Mundial en 16 de sus iglesias de madera, además de ser un reconocido lugar por su arquitectura tradicional, por sus palafitos, por su bio diversidad y fauna endémica, entre muchos otros valores y atributos; ese Chiloé con tantos pergaminos que uno imaginaría le permiten conservar su valorada esencia y vivir feliz, hoy enfrenta la literal fractura irreparable en miles de pedazos que se ofrecen como un trozo de este paraíso, casi como se regalan los retazos del manto del Nazareno tras las peregrinaciones a Cahuach.  Resulta un tesoro para muchos poder contar con un pedacito de algo que fue y ya no será más.  Lleve el suyo, llévelo ya, no se pierda la oportunidad así implique apoyar la “involuntaria” desaparición del zorro chilote, del monito del monte, del pudú, además de mañíos, teníos, ulmos, tepúes, arrayanes y tantos más, que vamos, el planeta aguanta, y “te ofrezco el terreno limpio” pues se nos ha instalado la in-conciencia de que “el monte” es sucio. 

¿Vendemos? ¿Con la aparentemente indiscutible excusa del desarrollo, así como lo entienden algunos, en que incluso le podemos clavar un hacha afilada al medio de la isla grande y pavimentar una maravillosa autopista de doble calzada que divida irreparablemente a Chiloé en dos?

O… ¿Planificamos y pensamos a futuro? No sólo en el futuro del crecimiento económico, eso ya lo dijimos en un artículo anterior, sino en el futuro de la convivencia armónica entre hombre y naturaleza, y si es necesario - lo es - podemos cambiar la condición (perdón, la constitución), precisamente para poder contar con reglas del juego.