Síndrome de alta exposición: Cuando la gente te odia por destacar y sobresalir

01 Febrero 2021

“Existe algo mucho más escaso, fino y raro que el talento: la virtud de ser capaces de reconocer y valorar el talento de otros” (Elbert Green Hubbard, escritor, editor y filósofo estadounidense).


Franco Lotito C. >
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Si bien, los seres humanos muestran una serie de contradicciones y debilidades, una de las contradicciones más llamativas se relaciona con la gran dificultad que tienen algunas personas para valorar y apreciar de manera honesta y sincera las fortalezas, talentos y virtudes de otros, sin que se pueda evitar que tales individuos sientan rabia, frustración y/o rencor por la fama o el éxito alcanzado por otras personas.

Este sentimiento de molestia y rabia por el talento y éxito ajeno va más allá de la envidia y tiene que ver con el “síndrome de alta exposición”, es decir, el odio y resentimiento que se genera en los demás cuando una persona se destaca demasiado en algún área, campo o aspecto de la vida. De ahí que ese sentimiento no pueda calificarse como “envidia”, por cuanto, se relaciona con un hecho muy concreto: el éxito y talento de los demás permite que las propias limitaciones y mediocridad se hagan mucho más visibles.

El Dr. Norman Feather, psicólogo de origen australiano, es un estudioso que se ha dedicado a investigar este fenómeno de la Psicología Social llamado “síndrome de alta exposición”, “síndrome de Procusto” o también “síndrome de la amapola alta” (Tall poppy sindrome, en inglés). Este último concepto, corresponde a un término usado en países como Reino Unido, Irlanda, Australia y Nueva Zelanda para describir un fenómeno social por medio del cual personas con merecimientos y méritos genuinos son objeto de odio, ataques y críticas destempladas como consecuencia de que sus talentos, habilidades y logros las posicionan por encima de sus colegas o que los distinguen claramente de ellos.

El concepto “síndrome de la amapola alta” tiene su origen en los escritos de varios historiadores y pensadores de la antigüedad: Heródoto, Aristóteles y Tito Livio. De acuerdo con el relato del historiador romano Tito Livio, el rey Lucio Tarquinio el Soberbio, tirano de Roma, recibió un mensajero que venía de parte de su hijo, Sexto Tarquinio, preguntando qué debía hacer con algunos ciudadanos muy destacados en la ciudad de Gabii. El rey Tarquinio, en lugar de darle una respuesta verbal al mensajero, se dirigió al jardín, tomó un palo y comenzó a cortar los extremos de las amapolas (poppies) más altas que crecían en el jardín. El mensajero regresó a la ciudad de Gabii y le relató a Sexto Tarquinio lo que había visto en el jardín de su padre. Sexto Tarquinio comprendió de inmediato que lo que su padre le recomendaba era matar a todas las personas prominentes de la ciudad de Gabii que estuvieran por encima de las demás, acción que el hijo llevó a cabo de inmediato y de manera muy prolija.

De hecho, lo que hizo Sexto Tarquinio en el siglo VI a.C., tiene a muchos émulos en pleno siglo XXI, donde los diversos tiranos y dictadores que gobiernan con mano dura en sus respectivos países no permiten que surjan figuras políticas destacadas en la oposición que puedan eclipsar al dictador que detenta el poder en ese momento.

Por otra parte, el “síndrome de Procusto” –una figura de la mitología griega que alude a un sujeto despreciable y asesino– se ha convertido en un “sinónimo de uniformidad”, y su síndrome define la total intolerancia a las diferencias. Se utiliza en medicina y otras ciencias, cuando alguien quiere que todo se ajuste a lo que el sujeto quiere, dice o piensa.

Se aplica, además, a aquella falacia pseudocientífica en la que una persona trata de deformar los datos de la realidad para que se adapten a la hipótesis que dicha persona haya establecido.

Ahora bien, de acuerdo con los psicólogos Norman Feather, Sergio de Dios González y Edith Sánchez, el síndrome de alta exposición no sólo se aplica al ámbito político, sino que también en el ámbito laboral –e incluso deportivo–, donde lo que se hace es desprestigiar, enlodar y descalificar a todo aquél que muestra habilidades o talentos por sobre la media, siendo un fenómeno que opera en doble sentido o en dos dimensiones. La primera dimensión tiene que ver con la tendencia casi “natural” de no permitir que una persona determinada se destaque demasiado, debido a que eso genera inseguridad e inquietud en los demás, o bien, representa una amenaza para el status de las otras personas. A raíz de lo anterior, aquellos individuos que se distinguen y destacan por encima de los demás, a menudo son vilipendiadas y criticadas en forma despiadada, se les exige en demasía, se les humilla, o bien, se intenta minimizar sus talentos o sus logros.

La segunda consecuencia del síndrome de alta exposición, es que las personas van aprendiendo a tener temor a destacarse, ya que eso podría significar convertirse en objeto de ácidas críticas, de ser rechazado por el grupo, de ser cuestionado o incluso, de ser excluido socialmente de la comunidad a la que pertenece.

Un estudio del Dr. Feather con estudiantes en Australia del Sur resultó ser muy significativo, donde los 1.531 estudiantes tuvieron que responder a diversas situaciones en las que una persona de alto desempeño y otra de desempeño promedio experimentaron un fracaso. Los resultados fueron reveladores: los estudiantes informaron sentirse más complacidos y felices con el fracaso de la persona con alto desempeño en la Escala de Desempeño que con el fracaso de la persona con desempeño promedio o bajo. 

En función de lo anterior, muchas personas optan por no destacar bajo ninguna circunstancia, asumiendo una postura de “bajo perfil” como norma de vida, por cuanto, sienten un fundado temor a verse expuestos a las críticas, desprecio y al rechazo por parte de los demás. El Dr. Feather señala que las personas terminan siendo presionadas –ya sea de forma abierta o encubierta– para no desafiar lo establecido, con lo cual se corre el riesgo de que el talento genuino de muchas personas, lamentablemente, se pierda, lo que determina que estas personas se vean –prácticamente– obligadas a renunciar al éxito que se merecen, así como también a destacarse por sobre los demás.