Por la razón y… la verdad

09 Septiembre 2020

Desde hace muchos siglos, eruditos y estudiosos se preocuparon de formular premisas para encontrar la razón, mientras que en nuestra realidad actual nos hemos adueñado de una "verdad", no la verdadera, sino la "mía", esa inapelable, indiscutible y única.

Juan Fernando Yañez >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Soy arquitecto. A eso felizmente me dedico con pasión desde hace 23 años, en un constante proceso de aprendizaje (y también aprendiendo a desaprender, por supuesto), y cada vez más sorprendido de nuestra cambiante interacción humana. Es para mí algo así como vivir aferrado para no caer de la brusca y vertiginosa montaña rusa de sensaciones que pueden oscilar entre opuestos como maravillarse y la más profunda desilusión.

Leer también: Comunicarnos hoy: Una tarea difícil

Menciono mi profesión no como un deliberado acto de auto referencia, pues ya mucho se ha dicho sobre el supuesto desbordante ego de mis colegas (y propio tal vez), sino porque desde la arquitectura es imperativo comprender el entorno, y desde perspectivas más antropológicas intentar al menos vislumbrar las dinámicas sociales, a las personas y sus necesidades, anhelos, frustraciones, formas de vida, tradiciones, y todo ello por supuesto inmerso en medio del complejo mundo de la comunicación. Cómo nos comunicamos entre pares, cómo lo hacemos con la sociedad a quien servimos (tan definidos como un cliente específico, o tan indefinidos como una comunidad diversa), y por sobre todo, cómo se comunican entre ellos. Esto último, considero, es un ingrediente fundamental en el momento de tomar decisiones de planificación y diseño, sea arquitectónico o urbanístico. Las determinaciones del espacio en que co-existimos están dadas precisamente por nuestros modos de convivencia.

Cuando digo que las sensaciones frente a nuestra interacción humana pueden llegar a ser así de extremas, lo hago desde la preocupación de mis últimos días. ¿Han notado ustedes cómo hemos avanzado rápidamente a un franco abandono de la razón? Ya desde hace muchos siglos, eruditos y estudiosos se han preocupado de esto intentando formular sus premisas para encontrar la razón, para acceder al conocimiento, y deducir la verdad, y si bien para algunos las argumentaciones filosóficas pueden resultar incomprensibles y hasta innecesarias, nuestra realidad actual y nuestros modos de ser y de pensar inevitablemente se sustentan sobre aquellos supuestos y reflexiones. Sócrates desde la humildad en su grandeza reconoce que “sólo sabe que no sabe nada” y, sabiendo aquello, desde la voluntad de aprendizaje evita asumirse como dueño de la verdad absoluta. O Descartes, quien desde su duda metódica intenta hallar verdades a partir del cuestionamiento, reconociendo su esencia y existencia sólo a partir del pensamiento: “cogito ergo sum”. O Aristóteles, quien desde la lógica nos propone mecanismos para diferenciar la falacia de la verdad.

Hoy por el contrario pareciera que hemos dejado de lado el cuestionamiento, y desde una postura exigente nos hemos adueñado de una “verdad”, no la verdadera, sino de “la mía”, esa inapelable, indiscutible y única, que imponemos y no permitimos cuestionar, y nos abandonamos a los convencimientos propios, esos que provienen del vientre y no del racionamiento consciente, o peor aún, de la conveniencia y la manipulación. ¿Le tememos acaso a los procesos de discusión, a la dialéctica o mayéutica, que nos permitan deshacernos de nuestras convicciones, o reforzarlas?

¿Tan dispuestos estamos a evitar la interpelación, sólo para defendernos irracionalmente, a rajatabla, sustentados en falacias o en artificios que no admitan contradicción?

Un ejercicio práctico de comprobación: ¿Encuentran ustedes sentido en lo que planteo, pues hay tantos otros que están absolutamente equivocados y no admiten juicio? O… ¿podría esto aplicar para ustedes mismos también? Precisamente de lo segundo creo que se trata! Ahora, desconozco tanto que no me atrevería a pontificar al respecto, es sólo mi sensación ante una sociedad (y sus partes) tan fragmentada, intolerante y tajante.

Esta es definitivamente una nueva era, de conocimiento, tecnología y, ojalá, de argumentos. Son tiempos de bulos, pos verdad, “funas”, y la aparente cercanía, masividad y velocidad del mundo digital nos han llevado a engaños sistemáticos. No, no seremos “como Venezuela”: no, la defensa de los derechos y la dignidad no es terrorismo; no, el cambio no es destrucción. De repente es necesario mirar atrás y volver a empeñarnos en la filosofía; pues si bien no se trata de entender el mundo desde una postura maniquea, sí nos debemos la oportunidad (y tenemos la responsabilidad) de actuar con la búsqueda de la razón y la verdad.

Lo dije antes, algún día: encontrémonos, charlemos, discutamos y argumentemos que como dijo alguien famoso: “la verdad nos hará libres”.