No confundamos indulto con libertad: la cárcel no se acaba con la calle

12 Mayo 2020

Durante su vida no han tenido las herramientas para surgir y hoy más que nunca se hace necesario darles apoyo socioemocional y acompañamiento.

Javiera Lecaros >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

No sé si es de conocimiento público, pero el 90% de las personas privadas de libertad vienen del quintil más pobre y el mismo porcentaje no ha terminado el colegio, una característica que no asombra en contextos de pobreza donde la falta de interés, desintegración familiar y ausencia de personas adultas significativas se transforman en condiciones idóneas para la deserción escolar. En el caso de las mujeres la situación es peor; en Chile, las mujeres son condenadas por delitos de hurto y drogas, las que se conocen como “las mecheras” y “la mula de la droga o la que vende el pito a 10 lucas en la población”. Sin ánimos de justificar el ilícito, se hace evidente que son delitos de pobreza, donde la gran mayoría han sido víctimas de violencia intrafamiliar, expuestas al comercio sexual, abuso de drogas y problemas de salud mental.

Hace poco, casi 1.800 personas en Chile fueron beneficiadas por Ley de Indulto Conmutativo, una ley que permite sustituir la pena carcelaria por una en el medio libre bajo el espíritu de considerar circunstancias desconocidas cuando se dictó el fallo, la buena conducta mantenida por la persona y mantener viva en la comunidad el sentimiento de oportunidad; criticada por algunos, celebrada por otros. En este caso, los indultos no fueron realizados por razones humanitarias ni bajo el horizonte propicio para la reinserción social, sino como una medida sanitaria en la prevención del contagio por COVID-19. Me parece que los indultos son una gran oportunidad para dejar de cumplir una pena privativa de libertad, el problema es que en la mayoría de los casos, la cárcel y el hogar, son lugares similares: hacinamiento, sin acceso a servicios básicos, abandono y soledad.

No confundamos indulto con libertad, pues es evidente que sin acompañamiento, herramientas sociales ni laborales, es imposible insertarse en la sociedad por la vía lícita.  

Los indultos no bastan. Las personas e instituciones que estudiamos y trabajamos en contexto carcelario no nos cansamos de decir que el apoyo socioemocional es imprescindible para el proceso de reparación que justifica una pena privativa de libertad, de otro modo, el encierro es sólo castigo y, aunque salgan, se transforma en una condena perpetua a la exclusión.