El misterio de los niños: ¿Cómo vemos el mundo cuando somos pequeños?

19 Enero 2021

Quizás en estos tiempos que van a toda velocidad, podemos retomar la importancia del silencio y del estar con sólo volvernos hacia la mirada primordial de los niños.


Rafael Salgado >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

El mundo de los niños, y del recién nacido es fascinante. Probablemente el niño siente en un inicio que el mundo es un lugar extraño, como que algo de pronto lo puso aquí. Sin porqué, ni manual de instrucciones. Incluso antes que tenga una pregunta y pueda adquirir el lenguaje, sabe que es así. Y de pronto conocen el significado de algo sólo a la luz que podría no estar siéndolo… conoce la nada, y el no antes que todo. “Está … o no está!!” dice un juego donde la madre se esconde y luego se muestra.

Y de pronto justo antes que ellos puedan darse al silencio al que pertenecen, y puedan disfrutar de la sola presencia de todas las cosas, venimos nosotros los adultos a pedir que sonrían, a que aprendan de la vida y de las cosas, a que llenen nuestras vidas, etc. Aun cuando es necesario este hermoso aprendizaje social y afectivo en relación con otros, la verdad es que los llenamos muchas veces de nuestras expectativas. Y si los adultos no estamos educados en el silencio, en el arte donde los movimientos de la mente se aquieten, ¿cómo vamos a poder respetar ese sensible mundo del recién nacido? ¿Como vamos a cultivar la presencia que enseñe al niño, sin que tengamos que estar llenando el vacío, que en definitiva es nuestro propio vacío?

El otro día en una película de Pixar, encontré un mensaje realmente maravilloso:

Ante la insistencia del protagonista sobre el propósito de su vida y el sentido que le daba para vivir sus sueños, de pronto un personaje le dice “Estás tan concentrado en el propósito y el sentido, que nunca viste lo más relevante… el hecho mismo de existir”. De algún modo sentí que le decía algo así: El misterio ya estaba ahí expresándose, queriéndose decir y tú lo llenabas con esto y esto otro. Porque todos sentimos la insatisfacción de base de sentirnos arrojados. Sentir cada paso de la vida, la cotidianidad desnuda, era lo que permitía que tuviese el sentido, aun cuando éste no existiera o no fuese el fundamento último de ella.

No es de extrañar que luego los niños, y también adolescentes, no puedan estar sin “hacer nada” o aburrirse posteriormente porque quizás no los estamos ayudando a educarlos a que experimenten el contacto con el misterio, el vacío o la angustia, que muchas veces puede darse como la maravilla de encontrarse aquí sin manuales, ni recetas. De querer enfrentarse a sentimientos que el cuerpo logra percibir, pero sus mentes y palabras aún no saben decirlo.

De pronto eso sienten los niños cuando llegan a este mundo: solo asombro. Las cosas y las personas no son categorías, no conoce el significado de las cosas ni para que sirven. Cuando veamos un objeto cotidiano, hagamos igual que los niños al encontrar un objeto podrían ponerlo entre paréntesis lo que hemos aprendido de él durante años.  ¿Qué queda? ¿Qué nos encontramos? ¿no queda nada? ¿O queda una particular presencia en cada cosa que se percibe?

Un área importante del conocimiento experiencial en Psicoterapia y en la Filosofía lo llamó a esto Fenomenología.

Si iniciamos esta vía contemplativa, entonces el niño podría ser una fuente de inspiración tal como dice una Maestra de Yoga, Beatrice Benfenati: “Dejaremos que nos enseñe a ver la existencia no como un problema a resolver, sino como un Misterio a contemplar”.

Esa mirada original, vive en nosotros, si tan sólo hacemos el camino hacia el interior, y sosegamos nuestra mente más allá del mundo interpretado, nos daremos cuenta que siempre ha estado ahí.

Como dice el poeta F. Hölderlin: “El hombre es un Dios cuando sueña, y un mendigo cuando reflexiona”