El lugar donde las cosas fallan

27 Agosto 2020

"La diversidad era increíble, y lo que todos tenían en común era que nadie encajaba en el lugar que le correspondía".

Rafael Salgado >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

 

Había una vez un pequeño tornillo en una gran y poderosa industria que funcionaba 24/7. Era realmente increíble para el tornillo ver como este mundo se desplegaba delante de sí: La cantidad de engranajes eran millones: chimeneas, cintas de producción, robots con inteligencia artificial, procesadores de datos, tuercas perfectamente ensambladas, motores y bombas incluidas de más de 1000HP.

Leer tambén: Memorias textiles: un viaje al pasado para comprender nuestro presente

La verdad es que este pequeño tornillo no sabía cómo encajar ni porqué llegó ahí, sin embargo se esforzaba y esforzaba para hacer todo lo que podía e intentar ser útil donde le correspondía, pero de todos modos el mundo iba a una velocidad inalcanzable para él.

Sin descanso y compasión, el asunto empeoró un día cuando el martillo de turno le informó que tenía “una falla por desgaste de material”, y que ya no podía encajar ni siquiera con la ayuda de un taladro. Lo envió al lugar que nadie quiere ir, el lugar de los materiales “defectuosos”.

Insondable era la tristeza de este pequeño tornillo e incapacitante era el diagnóstico al que le habían sometido. Tuvo que abandonar su rol de tornillo de tantos años, y si bien nunca se sintió cómodo siendo un tornillo en esta mega-industria, no sabía hacer otra cosa.

Al llegar a este lugar donde “las cosas fallan”, pensó que era el comienzo del fin. Se imaginó muchos clavos, tornillos y bisagras inútiles, quemándose y con serios problemas de autoestima. Su baja “funcionalidad” lo amenazaba con un horizonte hostil y vacío. ¿Por qué siempre había dado privilegio al hacer, en vez del ser o sentir?

Sin embargo, sintió por primera vez, que llegaba a un lugar acorde a su tamaño y escala. Era un lugar pequeño y con musgo. Había tantos otros tornillos: unos chuecos, otros más largos, otros demasiado cortos, algunos otros sin cabeza. La diversidad era increíble, y lo que todos tenían en común era que nadie encajaba en el lugar que le correspondía. ¡¡Puros tornillos sueltos!! Ahí los tornillos se embriagaban en vinos de WD-40, y nadaban en piscinas de acido sulfúrico. “¡Qué maravilla!”, se dijo a si mismo el tornillo. "Justo cuando me sentía tan avergonzado de ser como era, me encontré con tantos otros tornillos y piezas de metal que tenían el mismo problema que yo y que no les preocupaba". Experimentó por primera vez en su vida el descanso y el alivio por no sentirse desechable. Ahora podía ser y relajarse. El tornillo con desgaste ahora era un tornillo que había encontrado su lugar, entonces les dijo a todos empinándose por arriba de una pequeña retroexcavadora en desuso:

“Si ustedes llegaron aquí es porque a pesar de sus esfuerzos, los hicieron sentir indignos, torcidos, fallados. ¿Quién dijo que no estaba bien ser como somos? ¿Quien dijo que la mega industria nos llevaba hacia un mejor lugar? Ahora tenemos una comunidad que apoya y que entiende lo torcido, lo fuera de norma como la expresión de que lo único. Ya no es tan importante el hacer, o el funcionar, o el encajar y avanzar (nunca nadie supo hacia donde íbamos), sino que simplemente descubrirse en el existir y el milagro de ser”.

Este pequeño cuento y el coraje del peculiar “tornillo” nos invita a pensar que la medicina de nuestros tiempos paradójicamente podría ser este sabernos “fallados”, sabernos imperfectos, saber que no sabemos. Que somos seres humanos. En una sociedad competitiva y del rendimiento que nos invita siempre a “ser mejores”, a producir y consumir, quizás pienso que puede ser un alivio sentir que así como somos ¡está bien! Que en medio de toda la dificultad podemos respirar y aceptarnos. Desde aquí pienso que podemos comenzar a ver y aceptar al otro, aceptar la demora, el tedio, el cansancio de nuestro cuerpo, nuestro desánimo en esta cuarentena que ya tiene un buen tiempo. Algo simple y esencial, y al mismo tiempo radical: no hay que esforzarse para un logro, sino para ver las cosas como son. Sin juicios, y sin apegarse al resultado.

Como dice el maestro Suzuki Roshi: “cuando te sientas y meditas, ¿Qué es más real, tu problema, o la conciencia aquí y ahora acerca de tu problema?” Definitivamente el darse cuenta presente en este momento que lees es suficiente si nos permitimos abrirnos y dejarnos tocar por la existencia.

Finalmente quisiera dejarles un fragmento genial de un poema del libro “para un pueblo fantasma” (1978) del poeta del sur de Chile, Jorge Teillier, quien dibuja un espacio cotidiano y a la vez trascendente para dejarnos suspendidos en el tiempo en algún pueblo remoto del Wall mapu:

“ Bajo el cielo nacido tras la lluvia

escucho un leve deslizarse de remos en el agua

mientras pienso que la felicidad

no es sino un leve deslizarse de remos en el agua

(…) Así era la felicidad…

dibujar en la escarcha figuras sin sentido

sabiendo que no durarían nada

(…) Pero no importa que los días felices sean breves

como el viaje de la estrella desprendida del cielo,

pues siempre podremos reunir sus recuerdos,

así como el niño castigado en el patio

encuentra guijarros para formar brillantes ejércitos.

Pues siempre podremos estar en un día que no es ayer ni mañana,

mirando el cielo nacido tras la lluvia

y escuchando a lo lejos

un leve deslizarse de remos en el agua”