"El fotógrafo que vino a morir a Chile". La historia de Rodrigo Rojas de Negri

23 Julio 2015

El 2 de julio de 1986, Rodrigo Rojas de Negri y Carmen Gloria Quintana son detenidos por militares, les rocían combustible y le prenden fuego. Hoy la declaración del ex conscripto Fernando Guzmán reabre un caso que se ha mantenido en la impunidad del silencio. Esta es la historia de Rodrigo.

Mauricio Ravanal >
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Isidora Alcalde y Lowry Doren recopilaron la historia de uno de los casos que hoy vuelve a salir a la luz pública tras las declaraciones de uno de los conscriptos que formaron parte de la patrulla militar que detuvo, golpeó, quemó vivos y después abandonó a dos jóvenes chilenos que se sumaron a las protestas en contra la dictadura militar.

Su investigación, titulada “El fotógrafo que vino a morir a Chile”, fue publicada en el sitio casosvicaria.cl, documento que relata la historia de Rodrigo Rojas de Negri, de 19 años, que buscó retratar lo que se vivía en Chile.

El relato comienza describiendo el momento en que Carmen Gloria Quintana conoce a Rodrigo Rojas.

Ella vive en la población Los Nogales, en Estación Central. Está allí realizando una “Porotada” de fin de semana, organizada por los alumnos de la Universidad de Santiago. La joven de 18 años, de tez morena y cabello oscuro, estudiante de ingeniería de ese plantel, está focalizada en sacar a los niños del estrés generado por la represión que sufre el barrio en cada protesta. Reparte dulces, juega al luche y salta la cuerda. A los padres les entrega panfletos para informarlos sobre el paro nacional de la semana entrante, fijado para el miércoles 2 y jueves 3 de julio de 1986. En ese momento aparece alguien a quien nunca antes ha visto. Le atraen inmediatamente sus casi 2 metros de altura (1,93, para ser exactos), el pelo negro rizado, piel clara y ancha espalda”. 

Tres días después, ambos fueron víctimas de una patrulla militar: mientras participaban en una protesta fueron quemados vivos. Quedan con más del 60 por ciento de sus cuerpos con graves quemaduras. Carmen Gloria logra sobrevivir, sin embargo, al cabo de cuatro días Rodrigo muere sin antes de declarar ante dos jueces que los autores de la agresión habían sido militares.

Rodrigo Rojas había vuelto a Chile dos meses antes, después diez años de exilio en Estados Unidos, para retratar con su cámara las protestas y la represión, y contribuir con su trabajo al derrocamiento de la dictadura.

FOTOGRAFO

La historia cuenta que en junio de 1986, el joven fotógrafo Álvaro Hoppe, de la revista APSI, se sube al Metro de Santiago junto a su nuevo amigo Rodrigo Rojas De Negri.

Ambos, “se dirigen a una de las tantas protestas de esos días. Van con sus bolsos fotográficos colgados al hombro, dispuestos a capturar imágenes de una protesta. Cerca de la estación de metro Salvador, en Providencia, hay dos efectivos de Carabineros, vigilantes”, describe el texto de Alcalde y Doren.

El texto recoge el dialogo entre ambos fotógrafos:

-Les voy a sacar una foto- dice De Negri.
-Yo no lo haría, pero tú estás grandecito- responde Hoppe, en voz baja.

“Rodrigo saca la cámara y camina hacia su objetivo. Sin temor habla con los uniformados hasta que los convence. Toma la foto y regresa. ‘¡Buena, hueón! Pucha que erís buen fotógrafo’, lo felicita Hoppe”.

Rodrigo comenzó su afición por la fotografía desde muy pequeño. Cuando tenía seis años se va un tiempo a la casa de su tía Amanda de Negri en Santiago y ahí conoció a Patricio Jorquera, de 19 años, quien en un cuarto oscuro de la casa revelaba los negativos fotográficos para el periódico clandestino del MIR El Rebelde. El pequeño pasaba días enteros ayudándole, provocando su pasión por la fotografía.

A los siete años, Rodrigo toma su primer autorretrato con una cámara Minolta.

EXILIO

A fines de 1974, Rodrigo Rojas se va a Canadá junto a su abuela y unos tíos para vivir. “La familia estaba decidida a darle al menor una infancia lejos de la dictadura y sus persecuciones”. En 1977, su madre Verónica de Negri logra salir de Chile después de ser perseguida y detenida en Cuatro Álamos y se traslada a Estados Unidos, donde se vuelve a reunir con su hijo.

A sus 12 años, Rodrigo colabora en el caso judicial del ex canciller Orlando Letelier, asesinado un año antes en Washington por la DINA. Su trabajo consistía en ir todos los días a la corte, llevando documentos para el proceso. Por las tardes le sacaba fotocopias a las audiencias, las que luego leía a Isabel Margarita Morel, viuda de Letelier.

Con ese trabajo reunió 387 dólares y se compró su primera cámara, una Nikon F2. 

A pesar de la distancia, Rodrigo siempre se mantuvo ligado a lo que sucedía en Chile. Participaba en un grupo folclórico de la comunidad chilena, mientras reafirmaba su compromiso político asistiendo a diferentes actividades de solidaridad con Chile. “Se sentía chileno y de izquierda. Decía que apenas cumpliera los 18 años volvería a su país”.

En Washington conoce al fotógrafo chileno Marcelo Montecino quien se convierte en su maestro. “Rodrigo venía todos los días a mi casa, era como un hijo. Mi hijo mayor en esa época era muy chico, así que él lo cuidaba”, recuerda Montecino.

Mientras fotografiaba la vida en Washington, Rodrigo discutía sobre política con Marcelo Montecino y participaba en manifestaciones contra las dictaduras centroamericanas, el Apartheid en Sudáfrica y a favor de la diversidad cultural.

REGRESO

“Mamá, me voy a Chile”, anunció en marzo de 1986. Tenía 19 años.

“Luego de 10 años de exilio, el muchacho tomó su equipo fotográfico y un pequeño maletín. Regresó a su país con un pasaje de retorno, sólo para evitar ser enrolado en el servicio militar obligatorio”.

En Santiago, Rodrigo se unió a la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI), por recomendación de Montecino quien “le había dicho que podía ser una buena escuela”. La AFI agrupaba a los reporteros gráficos independientes que registraban las protestas y atropellos a los derechos humanos.

PROTESTAS 

En la población La Victoria, Rodrigo conoce a los hermanos Hoppe, Álvaro y Alejandro, con quienes compartió días fotografiando las vida en las poblaciones el tiempo que estuvo en Chile. Uno de ellos lo recuerda como un joven “muy observador y callado. Pero su silencio era de gente que sabe, de alguien inteligente”.

Uno de los primeros registros fotográficos que realizó Rodrigo fue el funeral de Ronald Wood, un estudiante de 20 años asesinado con un balazo en la cabeza por una patrulla militar que disparó en contra de unos manifestantes que protestaban en el centro de Santiago. El 20 de mayo de 1986.

En el funeral de Wood, Rodrigo Rojas “con su cámara Nikon captó a cientos de personas coreando ‘¡Justicia, justicia, queremos justicia!’, mientras el féretro era rodeado por una nube de bombas lacrimógenas y una violenta represión policial”.

Eran días previos al paro nacional convocado para el 2 y 3 de julio de 1986. En el ambiente del país había una gran exaltación por a masividad que tendría la convocatoria a esa protesta. “El gobierno ya había anunciado que respondería sacando a las calles a miles de efectivos militares”.

En el texto "El fotógrafo que vino a morir a Chile" se relata que “la noche del 1º de julio, Rodrigo durmió en la población Los Nogales, en casa de (una) vecina (...) Al día siguiente se levantó muy temprano, tomó una de sus tres cámaras y se reunió con un grupo de universitarios. Caminó con ellos por la calle Veteranos del 79, a unas 10 cuadras al sur de la Alameda, rumbo hacia avenida General Velásquez. Allí se detuvieron. El grupo llevaba cinco neumáticos y un bidón con bencina. Querían hacer una barricada”.

“A esa hora, la también estudiante de la USACH Carmen Gloria Quintana ya había salido de su casa. Caminó sin rumbo junto a su hermana, Emilia Isabel, y tres hombres, en dirección a General Velásquez. Luego de algunos minutos encontró al grupo de Rodrigo. (…Carmen Gloria) recuerda esa fría mañana: ‘Ellos tenían unos neumáticos para hacer la barricada. Nos invitaron a hacerla. Yo tenía mucho miedo. Recordé que días antes había visto a Rodrigo tomando fotos. Pero ese día no lo estaba haciendo ya que se necesitaba gente’”.

Dos estudiantes ubicados en la esquina de General Velásquez, vigilaban que no hubiese militares cerca. Uno de ellos grito: “¡Vienen los milicos!", mientras aparecía por una esquina una camioneta Chevrolet C-10 amarilla donde se movilizaba una patrulla militar vestidos con camuflaje, fusiles SIG y los rostros pintados de negro disparaban ráfagas al aire.

Rodrigo se desesperó y, sin conocer la zona, corrió más rápido que todos por una estrecha calle llamada Fernando Yunge, hacia el sur. Carmen Gloria huyó en la misma dirección. La patrulla militar interceptó al joven dos cuadras más adelante. A unos metros Carmen Gloria vio que los soldados lo golpeaban fuertemente en el suelo. ‘Yo pensé en devolverme y seguir corriendo, o en quedarme ahí y esperar a que me detuvieran. Pero me di cuenta que ya estaba fregada y que me iban a perseguir con más fuerza’. La joven también fue interceptada. Unos efectivos la llevaron con fuerza hasta donde estaba Rodrigo y la lanzaron al suelo”.

Los militares los golpean y recogen un bidón con bencina abandonado por los manifestantes. “Fue en ese momento cuando el jefe de la patrulla, el teniente Pedro Enrique Fernández Dittus, llamó por walkie talkie a tres oficiales de Inteligencia, que llegaron en un camión militar”.

“Según la reconstrucción de hechos realizada por el abogado de la Vicaría de la Solidaridad Héctor Salazar, sobre la base de más de una docena de testimonios entregados por testigos a ese organismo de la Iglesia Católica, los dos jóvenes fueron impregnados con el combustible que estaba en el bidón. Luego, ambos fueron obligados a tenderse boca abajo, a corta distancia entre uno y otro. De acuerdo con Salazar (…), otro efectivo militar lanzó una artefacto incendiario que también habían abandonado los manifestantes, justo en medio de ambos”.

El 9 de julio el velatorio de Rodrigo comenzó temprano, mientras Carmen Gloria luchaba por su vida en la Posta Central. Se realizó en el primer piso de la Comisión Chilena de Derechos Humanos, en la esquina de Huérfanos con Almirante Barroso, frente a la Basílica El Salvador”.

Llegaron más de 10 mil personas. Encima del ataúd sellado, su madre puso un retrato traído de Estados Unidos. ‘Me encargué de ver el cuerpo de Rodrigo hasta el último momento, para asegurar que era mi hijo. Tenía miedo que me pusieran a otra persona’, afirma Verónica", en la historia documentada por Isidora Alcalde y Lowry Doren, publicada en “El fotógrafo que vino a morir a Chile”.

Revisa el texto completo www.casosvicaria.cl.