El discurso del desarrollo: ¿una propuesta de futuro o una estrategia de dominación?

22 Octubre 2020

Este cuestionamiento adquiere mayor valor en nuestro país, considerando las trasformaciones que emergen desde la revuelta social, la pandemia y el proceso constituyente en curso.

Alejandro Retamal >
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Para nadie es desconocido que el modelo neoliberal, que inspira las estrategias de desarrollo en Chile, gira alrededor de cuestiones como la liberación de la economía, la propiedad privada y la mercantilización de la naturaleza, entre otros aspectos. Ahora bien, más allá del enfoque que prime en un país, es necesario problematizar en torno al concepto de desarrollo propiamente tal.

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Este cuestionamiento adquiere mayor valor en nuestro país, considerando las trasformaciones que emergen desde la revuelta social, la pandemia y el proceso constituyente en curso. Estos fenómenos nos invitan a pensar el Chile que queremos para las próximas décadas y donde los ámbitos relacionados al desarrollo económico y social son fundamentales.

A modo general, el desarrollo se ha posicionado como uno de los dispositivos más trascendentales y de uso común para las naciones del mundo occidental, determinando los contenidos de sus estrategias políticas y económicas. Es así como este concepto se instala en el imaginario de la población como neutral y de externalidades positivas, pero pocos se detienen a reflexionar sobre las lógicas e intenciones de fondo que justifican su accionar. De partida, se puede señalar que el desarrollo no tiene la neutralidad que aparenta, debido a la carga ideológica fundacional que ha seguido presente en muchas de sus perspectivas.

La aparición de este término en la escena pública se remonta a unos setenta años atrás, cuando fue utilizado para justificar las políticas nacionales en múltiples países tras el fin de la segunda guerra mundial, no sólo con el propósito de la reconstrucción, sino que también como parte de un proceso de modernización de las naciones “tercermundistas”. En ese contexto, muchos países fueron clasificados como subdesarrollados y el cómo desarrollarse se convirtió en un problema central. Para ello, el pretexto era sacarlos de la pobreza y el atraso mediante intervenciones sistemáticas que generaron algunos beneficios, pero también consecuencias devastadoras para un grupo significativo de la población y sus territorios.

De esta manera, el desarrollo, como todo concepto, es una construcción histórica que tiene una trayectoria en la sociedad y ha utilizado una serie de estrategias discursivas, que no necesariamente tienen que ver con los fines que proyecta. Es más, se puede señalar que es parte de un discurso de dominación (cultural, social, económica y política), donde los grupos que detentan el poder van en apoyo de los más desposeídos con la intención de reproducir este tipo de relación.

En América Latina, la influencia del desarrollismo proviene principalmente de enfoques modernizantes que promueven el tránsito entre un tipo de sociedad a otra y donde la experiencia occidental del desarrollo económico se puede universalizar, mediante estrategias racionalistas, centralizadas y con un marcado economicismo que tiende a excluir a las personas en las decisiones. Es más, en el último tiempo se ha reforzado esta visión productivista, de crecimiento indefinido sobre la base de los bienes naturales, que son implementadas en la región tanto por gobiernos neoliberales como progresistas que, a pesar de sus diferencias en relación al rol del Estado y las esferas de democratización, comparten elementos en común al no cuestionar, por ejemplo, la hegemonía del capital transnacional sobre la economía periférica, y minimizan las nuevas luchas sociales que se centran en la defensa del territorio y el ambiente.

Por lo tanto, las propuestas sobre el desarrollo pueden ser diversas, pero en general tienden a minimizar la complejidad de la naturaleza mediante el principio de sustentabilidad débil. Sin embargo, hoy en día es imprescindible tener en cuenta que los países que centran su desarrollo en actividades extractivas, de alguna manera están sometidos a contradicciones profundas, debido a que uno de los fines que persigue el desarrollo también se relaciona con una propuesta de futuro para cada sociedad. Entonces, los países que articulan sus procesos de desarrollo en la sobreexplotación de sus recursos naturales, ¿están pensando en el futuro de sus habitantes? La respuesta es que claramente no, considerando que a partir de estas prioridades no aseguran la continuidad ni el bienestar de una sociedad.