Depredadores de infancia

23 Febrero 2021

La opinión pública recuerda perfectamente casos como el de Zacarach (2002), Spiniak (2003) y Karadima (2011). Se suma a ello decenas de casos acontecidos en entornos educacionales y eclesiásticos.

Hay Mujeres >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Aliado

Durante el estallido social en Chile, avanzamos hacia una mayor conciencia del impacto en nuestras vidas del abuso de poder y la violencia sexual. El colectivo Las Tesis, con su performance “Un violador en tu camino”, nos permitió comenzar a perder el miedo, la culpa y la vergüenza por las injustas experiencias y dejó en evidencia que es un tema que afecta a todas las generaciones. Ya a nivel mundial otro movimiento, #MeToo, había posibilitado a las víctimas escribir, hablar y sanar, dando a conocer al mundo relatos escritos, rostros y vivencias lamentables.

Posteriormente, el Covid-19 generó “una pandemia dentro de la pandemia” ya que, en muchos casos, las medidas de confinamiento derivaron en un aumento de la violencia o maltrato en el hogar. Preocupación especial la merece el abuso sexual infantil, calificado como el más catastrófico por sus consecuencias en la trayectoria de vida de las personas, logrando destruir las bases de todo desarrollo humano.

En el pasado reciente, nuestro país ha conocido casos de depredadores sexuales. La opinión pública recuerda perfectamente casos como el de Zacarach (2002), Spiniak (2003) y Karadima (2011). Se suma a ello decenas de casos acontecidos en entornos educacionales y eclesiásticos por no nombrar el Sename que, en 2017, visibilizó la realidad de niños víctimas de la violencia estatal. Todos ellos nos llevaron a dimensionar la magnitud del problema y su complejidad al momento de condenar. Un estudio de Pinto-Cortez y Guerra (2019) evidenció que al menos un 30% de los adolescentes declara haber sufrido algún tipo de victimización sexual durante sus vidas y, en el año 2012, en su informe de maltrato infantil, UNICEF informó que aproximadamente  el 9% de los niñes reporta haber sufrido algún tipo de abuso sexual. El 75% de ellos son niñas siendo sus abusadores, en general, hombres que forman parte de su entorno de familiares y de conocidos. Estas cifras aún no logran reflejar la real magnitud del problema debido al temor a denunciar, ya sea por nuestra historia de colonización y patriarcado predominante en América Latina, como también por el hecho de que la justicia aún no logra objetivar para castigar esta categoría de abusos.

Aún recuerdo aquel hombre al que sorprendía más de una vez en la intimidad del hogar, tocando y abrazando fuertemente a su hijo de 2 años contra su cuerpo. Lo besaba, de tal manera asfixiante que generaba quejidos en el pequeño. Disfrazado en un inocente juego, se excusaba diciendo que yo no sé jugar, que yo no sé expresar cariño, que yo no demuestro mis emociones. Me quedo paralizada, pienso que quizás tenga razón, y yo no sé expresar cariño. Luego divago y sigo en mis cosas. ¿Es posible que una madre se confunda tanto y llegue a dudar?, ¿qué es aquello que nos inquieta y nos incomoda cuando sentimos que se sobrepasa claramente nuestro espacio personal? Luego vuelve, la situación se repite una y otra vez, con distintas señales de manipulación, hasta que reacciono, protejo, trato de hablar una vez más con el sujeto para, posteriormente, constatar en primera persona un calvario judicial. Los tribunales señalan que es un invento, pero ¿quién podría imaginar detalles de tan macabros momentos?, ¿cómo se corta una cadena tan perversa?, ¿o será que nuestros hijes están condenados a vivir, una y otra vez, las mismas experiencias que sus padres, madres y abuel@s?. Un delito de tal magnitud y que merece sanción, no puede ser normalizado legalmente amparándose en su supuesta complejidad.

¿Podemos pensar en que un abrupto cambio de rutinas por el Covid-19. y que ha permitido revalorizar la dimensión de los cuidados,  pudiera transformarse en un tiempo sanador? A muchos nos gustaría pensar que SÍ, comenzando por rescatar esas historias personales de abusos, acoger nuestros dolores y emociones, pedir ayuda, fortalecernos y no permitir que las próximas generaciones repitan experiencias entrampadas en la manipulación y en la cultura del secretismo.

El horizonte constitucional que se abre debiera asegurarnos, además, una mayor dignidad legal para los delitos de vulneración de la infancia, así como estrategias radicales y multinivel de protección y de cuidado para todos los niñes de Chile.

Por Bárbara Sepúlveda Bustamante. Docente en Salud y Medicina Familiar. Experta Hay Mujeres.

Galería Imágenes

  • Depredadores de infancia