Comunicarnos hoy: una tarea difícil

25 Agosto 2020

Nos hemos lastimado como sociedad tras más de una década de distancia y de ausencia, hoy nuestro escudo es una pantalla y nuestra arma un teclado.

Juan Fernando Yañez >
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¡Nos encontramos ya en la segunda década del siglo XXI! Aunque pareciera que ha pasado muy poco tiempo desde que, con el cambio de milenio, temíamos el caos que llegaría debido a la supuesta crisis de los sistemas digitales con el famoso Y2K y se nos amenazaba (una de tantas veces) con el fin del mundo. Bueno, no ocurrió.

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Y así atrás quedó el vibrante siglo XX, y hoy vivimos días distintos, de ritmos acelerados, y con acceso a medios tecnológicos que alguna vez fueron parte de nuestra ciencia ficción. Vivimos la plenitud de la era digital, y por sobre todo, de la inmediatez de la comunicación global. El mundo se nos ha hecho cercano, no sólo porque gracias a Internet interactuamos con el planeta entero (bueno, casi), sino porque gozamos de acceso a tanta información como necesitemos o deseemos encontrar, de manera instantánea.

Ahora que supuestamente sabemos más (digo, por el acceso al conocimiento); ahora que abiertamente exponemos nuestros pensamientos y sentimientos - hasta nuestra intimidad - y del mismo modo accedemos a la de los demás; ahora que casi carecemos de excusas para no ser ubicados o contactados y las herramientas nos permiten el contacto textual, auditivo, visual, o todos a la vez; en esta era de las reuniones interactivas y a distancia, de la comunicación… y con todo esto ¿no logramos comunicarnos?

Vivo permanentemente sorprendido por nuestra capacidad de no comprendernos. ¿Cuántas conversaciones digitales hemos logrado tener en las que simplemente no fue posible entablar un diálogo, sin la abrupta interrupción, la interpretación acelerada y antojadiza, o simplemente la aparente falta de comprensión lectora? He escuchado en repetidas ocasiones la excusa o justificación de que las conversaciones por medio de programas o aplicaciones de mensajería instantánea son impersonales, que no permiten percibir tonos, gestos, intencionalidad en la voz.

Pero y si se tratase de video llamadas, ¿no ocurre acaso algo similar? Allí sí existe el tono de voz, el gesto, sin embargo los desafortunados desencuentros persisten. ¿Será tal vez la imposibilidad de la verdadera interacción simultánea? Quizás sea el hecho de sólo poder vernos las caras y los gestos pero con la ausencia de la mirada directa, del control del espacio y de los ritmos ante la impaciencia e incomprensible urgencia del mundo digital, o incluso la forzada formalidad del orden que impide la fluida y natural interacción. ¿Se imaginan ustedes en una reunión familiar en casa pidiendo la palabra?

Por una parte se nos imponen tales desafíos para comunicarnos que podríamos justificar en las complejidades tecnológicas, pero ¿y las redes sociales?, siendo en esencia magníficos medios de comunicación e intercambio ¿No se han convertido acaso en verdaderas letrinas de nuestras más recónditas frustraciones? Algunas más venenosas que otras, pero que al fin dan cuenta de nuestra infinita capacidad de agresión. Unos con la violencia de sus propios mensajes, otros desde su intolerancia a otras perspectivas, y otros por el abuso de la exposición o “funa” que de la crítica avanza inmediatamente a la humillación y al ajusticiamiento.

¿No se han enquistado estos fenómenos, tan contemporáneos, en nuestros comportamientos cotidianos?, Nos hemos lastimado como sociedad tras más de una década de distancia y de ausencia, pues si bien desde siempre hemos librado guerras y batallas por poder, honor, gloria, y un sinnúmero de inexcusables motivos, hoy nuestro escudo es una pantalla, nuestra arma un teclado y nuestro blanco… Bueno, nuestro blanco son todos y todo.

Tal vez el problema no sean los medios, sino el uso que de ellos hacemos. Ahora atravesamos una grave pandemia y el apremio es otro. Estamos definitivamente llamados a la distancia y los medios tecnológicos han llegado para salvarnos, pero aunque supuestamente evidencian que sí tenemos otros modos de actuar, de interactuar, de convivir y co existir, anhelo que nuestra nueva conciencia, nuestra nueva realidad después de superar tan dramático episodio, implique un retorno franco y decidido al encuentro de miradas y a compartir lugares y momentos, en la medida de lo posible fuera de cámaras y pantallas; un retorno a la arquitectura, al espacio público, a la ciudad, y a nuestra propia humanidad.