Planificar sin recursos en Chiloé: una quimera

20 Enero 2021

¿Por qué no se ejecuta lo planificado?, ¿acaso no se reconoce su necesidad o urgencia?

Juan Fernando Yañez >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

En conversaciones de días recientes, un grupo de colegas y amigos en Castro manifestábamos preocupación por un tema tan local, pero que resulta un verdadero desafío a nivel nacional: el desesperante nivel de congestión vehicular de nuestra ciudad, aún en medio de tan grave pandemia y supuestas restricciones de desplazamiento.

Somos una pequeña localidad de menos de 50 mil habitantes, de los cuales alrededor del 80% habitan en el área urbana. Sin embargo nos afectan profundamente tres condiciones particulares: la primera, por su posición geográfica y condición político administrativa, Castro concentra gran parte de los servicios y comercio de toda la provincia. La segunda, su ubicación en el territorio y la topografía e hidrografía circundantes la convierten en lugar de paso obligado entre el norte y el sur de la isla grande – y del archipiélago. Y por último y de acuerdo con lo anterior, su emplazamiento y diseño vial la convierten en una especie de receptáculo de todos los flujos, pero que desde “adentro” actúa como un embudo en sus dos extremos pues carecemos de la vialidad estructurante que permita que el tráfico simplemente fluya. En el norte nos conectamos con el resto del mundo por una única calle, y en el sur con un único puente. No hay más.

Ahora, yo estimo que lamentablemente están rotundamente equivocados quienes afirman que el problema de la congestión se solucionará una vez entre en funcionamiento el by-pass actualmente en construcción, que evitará el paso de la carretera panamericana por un costado de la plaza de armas junto a la iglesia San Francisco, Patrimonio de la Humanidad, y cuyo término sería supuestamente el año 2023. Estoy seguro que causará un importante alivio al disminuir los flujos vehiculares que hoy ingresan a la ciudad sólo para atravesarla y continuar su recorrido más allá de los límites urbanos o hacia otras comunas. Sin embargo, no todos atraviesan. Muchos (la mayoría, me temo) o habitan en la comuna y simplemente se movilizan dentro de ella, como en cualquier ciudad, o habitan en otras comunas pero se desplazan hacia el área urbana como destino final. Y no, no lo hacen – o hacemos – en un transporte público eficiente y de calidad. No sólo no existe, o es insuficiente, sino que hemos asumido la costumbre de trasladarnos en vehículos particulares inundando el parque automotor de nuestros poblados y ciudades, colapsando la débil es

tructura vial, contaminando con ruido, gases y congestión, ocupando el espacio de la gente y deteriorando nuestra propia calidad de vida.

Ante la urgencia y el desespero emitimos juicios, proponemos ideas, algunas más o menos cuerdas, otras tal vez un tanto descabelladas. Algunas de las primeras opiniones se refieren a la necesidad de contar con personal de apoyo (carabineros u otros) en los puntos más conflictivos. El alcalde ha insinuado una posible restricción vehicular; otros proponen restricción diurna al tránsito de transporte pesado (camiones); algunos reclaman una ineficiente sincronización de semáforos, y por otra parte se proponen medidas más audaces como cambios de sentido de algunas vías e incluso hemos llegado a sugerir hasta la peatonalización del centro, tan temida por muchos.

¿Serán útiles estas ideas? Lo desconozco. Es definitivamente un tema que debiesen tratar los expertos en el tema (profesionales en tráfico y transporte), pero todo esto no es más que evidencia de un problema mayor, que definitivamente nos atañe como arquitectos y como ciudadanos: ¿Una deficiente planificación? Hemos acusado en repetidas ocasiones que pagamos las consecuencias de nuestros actos - u omisiones - de ayer, y aquellas decisiones que tomemos hoy con absoluta certeza tendrán repercusiones en nuestra calidad de vida mañana.

Pero, y con ánimo de imaginar o entender las problemáticas desde una visión más amplia, ¿qué pasaría si nos detenemos a revisar el que acusamos de casi obsoleto Plan Regulador Comunal para descubrir que en realidad existe una amplia red de vialidad estructurante propuesta, pensada y planificada hace más de quince años, pero que nunca fue ejecutada?

No me atrevería a juzgar si dicha vialidad sería suficiente o la necesaria hoy, ni siquiera si esta era correcta o adecuada, pero definitivamente arroja luces sobre un desafío mayúsculo. ¿Por qué no se ejecuta lo planificado?, ¿acaso no se reconoce su necesidad o urgencia?, y así terminamos enfrentados a un sistema de inversiones estatales (desde donde provienen los recursos para la materialización de este tipo de obras) cuyo lema siempre será “los recursos del Estado son escasos”, excepto quizás para derrochar una inmensa cantidad de dinero de todos los chilenos, sin un beneficio local comprobable, en un puente sobre el canal de Chacao; o para perdonar – extraño término – multimillonarias deudas o cobros de impuestos ante operaciones ilícitas, que creo ya todos conocemos.

Un Estado lento y reactivo, que no apuesta a futuro y se toma más de 15 años en responder a justos requerimientos (para terminar “apagando incendios” que a la postre le salen más caros), pues recién cuando la “rentabilidad social” se ajusta a sus exigencias, se ponen en marcha los lentos, tardíos y burocráticos procesos de diseños, aprobaciones, expropiaciones, licitaciones, contratos, ejecuciones, y otros 10 años después, cuando ya ojalá esté todo listo, será una vez más demasiado tarde.

¿Podemos soñar y anhelar nuestra ciudad del futuro?, ¿Ese futuro que inexorablemente ha de llegar, y que requiere que no sólo lo soñemos, sino que actuemos responsablemente en su definición? Al parecer no es suficiente con planificar, si aquello no llega intrínsecamente ligado con las herramientas (y recursos) para su materialización.

Imagen: Huawei/Agencia Uno