Opinión: Nos falta patriotismo a la hora de la verdad

27 Abril 2015

Por muchas comisiones que organice el gobierno con gente supuestamente notable y estudiosa, si no cambiamos el fundamento de los procesos de nada servirá y volveremos a incurrir inapelablemente en los mismos errores.

Andrés Gillmore >
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La política debería ser como el fútbol a nivel institucional: los equipos se rigen bajo cierta ética de forma y de fondo en el área técnica, cuando los resultados no son los que se buscan, se descubren irregularidades traspasadas al funcionamiento del equipo, normalmente la dirigencia les pide la renuncia, o los implicados de mutuo propio ante la presión de los hinchas dan un paso al costado, liberando la institución de tener que soportar la carga negativa que significa continuar con ellos.

Bajo este concepto aplicándolo al fondo político que vivimos en la actualidad, el país más que nunca necesita de políticos, empleados públicos y funcionarios de gobierno que verdaderamente sean patriotas de verdad y verdaderos servidores públicos, que entiendan el momento histórico, la trascendencia del momento y la proyección de la crisis actual para el futuro desarrollo del país y para las generaciones futuras. Lo único que vislumbramos en el horizonte es un gran egoísmo por parte de los implicados en todos los niveles y que lo único que les importa es capear el temporal y salir indemnes a como dé lugar y sin importar como; si eso significa que el país se vaya a las pailas es lo de menos; reflejando el problema de fondo.

No existe en la actualidad un sentido de país y el reconocimiento real que se han cometido delitos graves, todos los días se dan un sin número de disculpas poco creíbles por personajes que creen que la ciudadanía es tonta o no sabe y eso al final es insultante. Por muchas comisiones que organice el gobierno con gente supuestamente notable y estudiosa, si no cambiamos el fundamento de los procesos de nada servirá y volveremos a incurrir inapelablemente en los mismos errores.

Analistas políticos de todas las ideologías han estado diciendo que Chile no es un país corrupto, que no está en el ADN nacional, que lo que estamos viviendo no puede ser comparable con la realidad que viven países vecinos, que ningún político chileno se ha enriquecido con boletas ideológicamente falsas y los empresarios indudablemente han cometido “errores” pero no se puede desconocer la labor social, que muchos de los implicados han captado mucha mano de obra tanto obrera y profesional en sus emprendimientos; que han donado grandes sumas de dinero para caridad, entendiendo que lo que se ha producido fue simplemente por el afán por hacer “servicio público” en un modelo muy mal diseñado, que poco y nada se podía hacer para revertir la situación, que todo se hizo fundamentalmente pensando en el bien del país; pero luego el discurso se cae por la borda, al enteramos de la triste y perversa realidad, que en el caso SQM desde mediados de la década de los noventa ha venido financiando políticos de todas las ideologías, con el único fin de resguardar sus intereses en el congreso, al entender que la posesión de la empresa fue realizada de manera ilegal y sujeta a demanda por cualquier gobierno que así lo estimase conveniente, al ser traspasada en forma fraudulenta por la dictadura a sus actuales dueños, en el entendimiento de la ilegalidad cometida y las implicancias para sus intereses de propiedad si los parlamentarios quisiese retomar SQM para que volviera al Estado, allegándose a los parlamentarios, bajo la condición que no tocaran sus intereses.

A decir verdad la explicación agrava la falta y la realidad es terrible para al mundo ciudadano en términos prácticos, de forma y fondo. Nada puede justificar coartar leyes más justas y que lo que se expropio en el pasado de forma fraudulenta al estado de Chile y que es de todos los chilenos, no tiene por qué seguir cautivo de los empresarios por cohecho en el congreso.

Los mismos parlamentarios se han encargado de diseñar las leyes y los trasfondos para sacar beneficios para ellos y sus supuestos asociados. Todos sabemos que son de los mejores pagados dentro del selecto grupo de países miembros de la OCDE y nadie duda que somos un país pobre, desigual y falto de oportunidades y que no podemos compararnos bajo ningún punto de vista con países de la OCDE, como Alemania, Inglaterra, Francia, USA, Australia, Checoslovaquia, Austria, Islandia, Suecia, resultando tremendamente bananero por decir a lo menos, constatar en los hechos, como los parlamentarios se aferran al poder y definitivamente no lo quieren dejar bajo ningún punto de vista; además con innumerables negocios paralelos a sus actividades políticas-parlamentarias, desarrollando negocios de toda índole y muchos son propietarios u asociados a pesqueras, mineras, proyectos inmobiliarios, salmoneras, medios de comunicación, etc. usando el congreso para normar esos fines, manipulando las leyes para fortalecer sus intereses.

La ética y la probidad están directamente vinculadas con la integridad de los valores con que nos educamos y con que luego actuamos en sociedad y tomamos decisiones en todo orden de cosas, por formas y fundamentos que definen una sociedad y proyectan su sustentabilidad desde la familia al mundo laboral. Si nos comparamos con países desarrollados, nos daremos cuenta que la ética, la moral, las buenas costumbres y la decencia en la toma de decisiones se valoran en lo público y en lo privado como algo de importancia vital, no son paralelos en ninguna circunstancia, sin diferenciaciones sociales o de trabajo; entendiéndose que quienes no cumplan con esa forma deben ser penalizados y mostrados como ejemplo públicamente para que no vuelva a suceder.

Si no tenemos la capacidad como sociedad de cuidar las formas, reforzar los conceptos de lo que está bien y lo que está mal con ejemplos claros y concisos y enfrentamos el tema como corresponde, no hay duda que las nuevas generaciones creerán que es plenamente aceptable y que a fin de cuentas nada se puede hacer por mejorar y que irremediablemente la corrupción es parte de nuestra idiosincrasia y de nuestro ADN, aceptando lisa y llanamente que somos una sociedad pirata.

El fortalecimiento de las unidades de control interno por el mal uso de las facultades de una adecuada fiscalización entorpece enormemente el camino hacia el desarrollo, haciéndose urgente su restauración y bajo esa base de sustentación, utilizar los mecanismos de contención sin márgenes de flexibilidad, intolerante ante todo aquel que incurra en delito.