Parcelaciones en zonas periurbanas: Un problema sistémico

19 Agosto 2020

Esta columna tiene como misión plantear preguntas, no dar respuestas. Ni siquiera elucubrarlas.

Rocío Alvarado >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Hace algún tiempo afloró en mi entorno más cercano una fuerte discusión en torno al crecimiento de las ciudades y todo lo que lleva adjunto, especialmente lo que ha venido pasando hace décadas en las zonas periurbanas. Este asunto tiene múltiples dimensiones y aproximaciones, pero hay algunas que me son recurrentes y merecen reflexiones profundas ¿cómo podemos planificar u ordenar el crecimiento de las ciudades, de manera que no se afecte negativamente la calidad de la vida de los habitantes?

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¿Cuándo hay que empezar a preocuparse? ¿Cómo congeniamos la vida rural y urbana en comunas que tienen esta dualidad? ¿Qué pasa con los precios de las propiedades y el desarrollo inmobiliario? Se me ocurren muchas preguntas más. Pero antes de seguir con eso, veamos algunos datos.

Cuando revisamos las cifras del Censo y su evolución, observamos que hay algunas comunas de la Región que han aumentado su población en forma importante. Destaco las que tienen las mayores variaciones entre los años 2002 y 2017:

Frutillar: 18,7%

Puerto Varas 36,5%

Quellón 24,6%

Chonchi 18,8%

Dalcahue 28,7%

Futaleufú 43,7%

Puerto Montt 39,6%

¿De qué manera pueden las distintas comunas prepararse para recibir esta nueva población? Cada una de ellas debe generar planes adecuados a su propia realidad, pero lo cierto es que la primera y principal herramienta que tienen los gobiernos locales para ordenar o planificar la forma en que crecen las ciudades, son los Planes Reguladores Comunales.

Esto sin perjuicio de que la planificación se efectúa paralelamente a nivel nacional, intercomunal y comunal, teniendo los distintos instrumentos un ámbito de competencia propio. Un plan regulador define asuntos tan importantes como la altura de los edificios en distintos sectores, densificación zonal, áreas verdes, zonas de conservación histórica, los lugares donde pueden instalarse distintos servicios como escuelas, hospitales, industrias, y tan importante como esto, define dónde está el límite urbano de la comuna. Fuera de este límite, el territorio se acoge a otras normativas regionales o nacionales.

Tomaré de ejemplo a la comuna de Puerto Varas, que es donde yo vivo. En este link pueden ver cómo ha ido creciendo la ciudad desde 1984 hasta el 2018. Esta comuna tiene un territorio urbano de 0,2%. Es decir el 99,8% del territorio de la comuna es rural. Esto significa que la vida urbana se desarrolla en ese 0,2% de la comuna. ¿Cómo puede prepararse Puerto Varas para acoger a una población que crece en un 36,5% cada 15 años?

El Plan Regulador Comunal se encuentra en pleno proceso de actualización, pero en la práctica hoy nos regimos por uno del año 1990. Quienes vivimos aquí hemos podido observar algunos efectos del crecimiento de la población, que voy a suponer, se repiten en otras comunas que viven procesos similares: aumento de la demanda y consecuente aumento de precios en las propiedades del núcleo urbano, gentrificación en zonas céntricas, especulación inmobiliaria, congestión vehicular, desplazamiento de la clase media a los límites de la ciudad, y también un crecimiento de la oferta de parcelas de agrado en la zona periurbana. Muchas familias recién llegadas han optado por esta última alternativa, buscando quizás precios más accesibles, disfrutar de un parque en la propia casa, tener una vista privilegiada hacia lago y volcanes, desconectarse del mundanal ruido, etcétera.

Cualquier motivo para buscar una vida urbana en un terreno rural puede ser muy legítimo y atendible (digo vida urbana porque el destino que se da a esas parcelaciones es la vivienda y no la explotación agrícola). El problema es cómo le ponemos costo a un crecimiento explosivo que está generando efectos indeseados como: acceso desmedido a las napas de agua, instalación de fosas sépticas que infiltran líquidos contaminantes, fragmentación de ecosistemas (lo que ha sucedido en la ribera del Río Maullín es especialmente preocupante), aumento del flujo vehicular, pérdida de terreno agrícola en desmedro de su uso residencial, pérdida de vegetación nativa, privatización de facto de playas, etcétera.

Con este espacio quiero apelar al pensamiento crítico de las personas y familias que viven en las ciudades que han crecido hacia zonas rurales. Reconozco que hace un par de años, nada de esto me llamaba la atención hasta que empecé a mirarlo con otra perspectiva. Antes me parecía una discusión banal: tengo o no tengo vista al lago.

Hoy creo que es un asunto que llega a lo más profundo de nuestra concepción de vida en comunidad. ¿Por qué quisiera tener un parque o una playa en mi propia casa cuando pudiera disfrutar de algo similar en un espacio público? ¿Qué valor le asigno a los espacios públicos y a las relaciones intercomunitarias? ¿Necesitamos 5.000 metros cuadrados para vivir? ¿Qué impactos genera en mi entorno social y ambiental la lotificación, explotación de las aguas subterráneas, postación? ¿Cómo podemos diseñar una ciudad que acoja e integre en forma armónica distintas visiones y formas de vida? ¿Qué podemos hacer para fortalecer la vida urbana sin que eso afecte negativamente la calidad de vida de las personas? ¿Cómo podemos controlar el mercado inmobiliario de manera que no se produzca una especulación sobre el valor del suelo que es lo que finalmente termina definiendo cómo crecen las ciudades?

Para abordar esta tremenda problemática, se ha organizado un conversatorio en el que estarán participando personas que aportan distintas perspectivas a la discusión. El Jueves 27 de agosto a las 18:00 se encontrarán Luis Eduardo Bresciani (Director de la Escuela de Arquitectura de la PUC), Bárbara Corrales (Ecóloga Paisajista de Ensenada), Lake Sagaris (Investigadora del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable) y Hugo Sandoval (Director de Obras Municipales de Pichilemu).

Ciertamente, ha habido muchas instancias para discutir el tema, pero esta se hace a nivel local. Puede ser una buena oportunidad para dimensionar el impacto y vislumbrar algunas salidas.