¿Progreso, desarrollo y crecimiento?

21 Julio 2020

¿Quién podría oponerse a consumir tan almibarados y tentadores términos? Son sólo términos y como tales son simples, hasta un tanto desabridos. Y es que se han encargado de ofrecernos con estos tres dichosos y manidos términos el camino a la felicidad. 

Juan Fernando Yañez >
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Hablamos tanto y tan constantemente de consumo: crédito de consumo, consumo de calorías, consumismo, consumidor, “bien de consumo” (me pregunto si en equivalencia existe un “mal de consumo”), y al parecer tan negativos resultan los efectos, que hasta al uso de drogas le decimos “consumo”, y así, se nos ha vuelto un concepto tan presente y casi permanente, que resulta que ahora todo lo consumimos, y sí, aquí yo me atrevo a sugerir que consumimos ¡hasta los términos! (¿o engullimos cual medicamento? sin pensar, procesar ni digerir). Términos que nos “compramos” cuando se nos presentan apetitosos, elegantes, con atractivas decoraciones (garnish) que, al final ocultan su simpleza y su verdad. 

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Por ejemplo: Progreso, Desarrollo y Crecimiento;  me pregunto, ¿quién podría oponerse a consumir tan almibarados y tentadores términos? Bueno, ¿de verdad? no son tan suculentos. Son sólo términos y como tales son simples, hasta un tanto desabridos. Pero, ¿y si los sirven adornados y con agregados? ¿Así tal vez?, o no, mejor no. Los hemos visto y lucen manoseados, sucios y hasta en mal estado (muchas veces huelen mal). Y es que se han encargado de ofrecernos con estos tres dichosos y manidos términos el camino a la felicidad (la nuestra, supuestamente).

Pero ¿y si el supuesto “progreso” está en verdad acompañado de graves efectos colaterales?, un ejemplo es el ímpetu desenfrenado de los comerciantes más influyentes de la ciudad de Castro por oponerse a restricciones de edificación en altura y a instrumentos de protección patrimonial en su meseta fundacional, argumentando un supuesto futuro estancamiento de la ciudad y que su único interés era velar por, adivinen, sí, por el “progreso”. Y tan bien fue adornado el plato del “progreso” que los ciudadanos - perdón, los propietarios - compraron, consumieron, y sin proceso ni digestión acudieron en masa a apoyar la campaña para evitar a toda costa las leyes y protecciones que, sin lugar a duda, habrían permitido un evidente bienestar futuro (incluso económico) y garantizarían una mejor calidad de vida para sus habitantes, pero esta al parecer es otra batalla perdida, en que primó el consumo - tan instintivo como es - por sobre la razón, y triunfó el “progreso” una vez más.

¡El “desarrollo”! Ese sí que se nos ha ofrecido, vendido, y lo hemos comprado en todos sus formatos y presentaciones, convencidos de su supuesta verdad. Reitero, ¿a quién se le podría ocurrir oponerse al desarrollo? Pues bien, tenemos un claro ejemplo: ¡el contumaz puente sobre el canal de Chacao! Desarrollo le dicen. Nos permitirá llegar quince minutos antes al continente. Es decir, ¡los afortunados habitantes de Quellón ya no demorarán esas largas cuatro horas hasta Puerto Montt! ¡Qué bendición! ¡Ahora sólo demorarán cortas tres horas y cuarenta y cinco minutos! ¡La vida va a cambiar! ¡Será un antes y un después! Qué afortunados serán aquellos enfermos de gravedad que requieran llegar a un hospital de alta resolutividad. Esos quince minutos seguramente salvarán muchas vidas (o no).

¡Y los estudiantes! ¡Las universidades estarán a tan sólo pasos! Bueno, no, pasos no, pero ¡sí a quince minutos menos de viaje! Eso significa que, no, la verdad no sé qué significa. ¿Será que podrán ir y volver el mismo día? Según veo será un poco difícil, teniendo en cuenta las tres horas a Castro, o las cuatro horas a Quellón, por no hablar de las otras ocho comunas, o de las cuarenta islas del archipiélago.

Pero sigamos, tal vez no todo es malo (o ridículo). Pensemos que el beneficio para las personas entonces provendrá de un ingreso más rápido de bienes (o ¿males?). Pero, ¿será que consumimos tan rápido? Yo por lo menos me tomo mi tiempo. O entonces, ¿bajarán los precios de los productos? Si hoy un camión cargado de, no sé, salchichas, paga en el transbordador una tarifa determinada, el peaje (o peajes) ¿en el puente será(n) gratis? Lo dudo un poco. Y si aun así le resulta más económico que el cruce por mar, estamos todos seguros que se prorratearan los ahorros entre todas las salchichas y cada una nos saldrá en… ¿será 1 centavo menos? ¡Que vuelvan los centavos, que yo quiero mi vuelto!

Desarrollo le dicen. Y mientras nos gastamos una millonada enorme de todos los chilenos en un trozo de hormigón para unir dos costas, que al final lo que pretenden es que Chiloé entero sea un puente que permita acceder a los recursos de nuestra vecina región (decisión de Estado y geopolítica parece que lo llaman), ese dinerito no le habría caído nada mal al sistema de escuelas públicas, universidades, hospitales, electrificación, agua potable, fomento productivo y conectividad real tanto en la isla grande como en todo el archipiélago. Y por último, ¡Crecimiento! Volvemos al puente, pues seguimos creyendo que las decisiones grandes como esa se toman para luego esperar a que algo mágico pase, y si las condiciones se nos dan (dicen los futbolistas) metemos el gol, o mejor dicho, extraemos los recursos y seguimos creciendo, comprando, creciendo, enguatados de paisaje como dijo Pedro Lemebel, y dispuestos a arrasar con todo lo bueno, que es mucho pero cada vez menos, porque alguien nos convenció que debemos crecer (¿y cómo? sacando piedras, pescados y palos para exportar).

¿Les cuento una infidencia? Yo dejé de crecer como a los 17. ¡Pero luego me formé! Y sigo formándome, espero, a ratos y especialmente en los últimos años deformándome, pero eso no importa. ¿Qué tal si dejamos de crecer, y nos empezamos a formar? ¿Y a nutrir? ¿Y a cuidar? Y… sí, lo diré, y a progresar, y a desarrollarnos, pero bien, sin adornos ni engaños. Son términos simples, desabridos, pero guardan gran sabiduría, pues se tratan de algo tan simple como el bien común, de estar mejor, pero todos, no sólo nosotros los vivos sino quienes nos sucederán en el futuro (aunque algunos jueguen a hacerse los vivos, como dijo un político por allí).