A 60 años del terremoto y maremoto de Valdivia 1960: memorias y presentes para un país de catástrofes

22 Mayo 2020

Lo que ocurrió con el terremoto y maremoto de Valdivia del 22 de mayo de 1960, tiene consecuencias muy similares y muchas enseñanzas para la actualidad.

Álvaro Retamales >
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Hoy, a sesenta años del terremoto más grande que la humanidad haya podido registrar, es posible sacar algunas lecciones de lo que fue esa catástrofe planetaria en nuestra región. Nuestro país actualmente, una vez más, pasa por una de las catástrofes mundiales más terribles que nos haya tocado vivir, de la cual el peack de contagio aun no llega a la Región de los Lagos. Lo que ocurrió con el terremoto y maremoto de Valdivia del 22 de mayo de 1960, tiene consecuencias muy similares y muchas enseñanzas para la actualidad.

Primero con el terremoto, las macro zonas de todo el sur de nuestro país sufrieron cambios para siempre, en toda la configuración local de sus territorios. Las barras de los ríos, los estuarios, los accesos a los lagos, las disposiciones de los asentamientos humanos y un largo etcétera. Es cuestión de analizar el gran Concepción, el Lago Llanquihue o mirar como emergen antiguos postes de luz en los ríos de Valdivia, los que datan de aquella época anterior. Luego con el maremoto, el desastre fue total: el mar destruyó todo lo que tuvo a su paso, arrasando literalmente con caletas, pueblos y ciudades enteras. En todo este contexto apocalíptico, uno de los territorios más azotados por el terremoto, pero más aun por el maremoto fue el Golfo de Coronados, o toda la zona que comprende entre la Bahía de Maullín, el Canal de Chacao y Ancud.

Cuentan los buzos mariscadores de Carelmapu, que aquel día para ellos era como el juicio final, que todos pensaban que iban a morir. Es tragicómico, que para el día 22 de mayo de 1960, muchos estaban con resaca producto de las celebraciones del 21 de mayo, por lo que incluso algunos se la pasaron durmiendo. Otros, sin embargo, andaban zarpados a la mar, trabajando como siempre y realizando aventuras tan épicas como solo ellos pueden aventurar.

En Maullín en cambio, las familias esperaban con desazón la llegada de una flota de buzos que se habían echo a la mar en dirección norte hace algunos días, algunos de manera definitiva. Antes del terremoto, la barra del río no era tan complicada como lo es ahora, de modo que el tránsito incluso de embarcaciones mayores era frecuente. El flaco González era uno de los buzos con escafandras más sabios y aguerridos de la zona, trabajaba en la extracción de mariscos y navegaba por todo el territorio, en los primeros albores de lo que sería la fiebre del loco. Desapareció junto a su embarcación, tragado por la gran ola del maremoto, en las costas de Punta Quillahua.

Tras la catástrofe, vino la desazón, y tras ello la necesidad de levantarse. El mundo entero fijó sus ojos en lo que había ocurrido en Chile, no menor por lo demás. Por lo mismo la ayuda internacional fue bastante. Estados Unidos canalizó gran cantidad de recursos, bajo condiciones muy estrictas. En el caso de la pesca artesanal obligó al Estado a organizar a los pescadores de toda la región de Los Lagos, y probablemente del país, a  la creación y surgimiento de las cooperativas, sistema de gestión de empresas pero solidaria. A través de esta figura de administración fue posible conocer a los pescadores, saber dónde estaban cuantos eran y a quienes debía apoyarse, que en definitiva eran todos, porque literalmente lo perdieron todo.

El trabajo de las cooperativas de pescadores pos terremoto fue muy próspero. Trabajando mancomunadamente cooperativas en Calbuco, Puerto Montt, Ancud, Maullín y Carelmapu, entre otras, realizando durante toda la década del 60 un trabajo extractivo que, si bien explotaba desmedidamente los recursos, la distribución de las ganancias era igualitario. Probablemente todo el desarrollo pesquero y acuícola de la región provenga de esta época, donde los propios pescadores ya comercializaban a nivel nacional y experimentaban, junto a las universidades, con la industria del alga.

Si aprendiéramos un poco de esos procesos más cooperativos y menos competitivos, donde la gente se levanta y se cuida entre todos, quizás la forma en que llevamos el manejo de esta actual tragedia sería totalmente diferente, más justa y llevadera.