Quédate en casa: ¿anhelo o sacrificio?

20 Mayo 2020

En este mundo injusto y desigual, una reciente y nueva realidad se nos ha hecho universal y no importa dónde nos encontremos, todos nos enfrentamos al mismo desafío, con las mismas características y las mismas respuestas -o al menos similares propuestas-. 

Juan Fernando Yañez >
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Son tantas las afirmaciones que constantemente escuchamos y leemos, y tan aparentemente evidentes, que difícilmente nos atreveríamos a contradecir: “de esta salimos juntos”, “mantén la distancia social”, “el mundo cambió”, etcétera. Pero hay una en particular, tan repetida, tan manoseada, tan obvia, pero tan difícil que al menos amerita nuestra detenida reflexión: la cordial invitación o enfático mandato “quédate en casa”.

Consideremos que “casas” hay muchas: rucas, chozas, mediaguas, departamentos, en fin, como hay muchos habitantes, sean individuos, parejas e innumerables tipos y tamaños de familia.  Son tantas y tan variadas las posibilidades geográficas, climáticas, culturales, económicas, que resulta imposible siquiera imaginar esa casa como concepto único.  Y teniendo en cuenta el déficit de vivienda y la calidad de la misma para los estratos socio económicos menos favorecidos, resulta evidentemente problemático definir el impacto de tal solicitud.

Supuestamente esta realidad es universal y a todos nos toca por igual. Sin embargo, la idea de quedarse en casa puede significar un verdadero sacrificio, no solamente por la imposibilidad de salir - reclusión sin condena dicen algunos - sino por las condiciones en que como sociedad moderna, en una alarmante mayoría, actualmente habitamos.  Sólo en esta dolorosa y también mediática situación se evidencia al fin, pública y masivamente que nuestras diminutas casas sólo sirven para dormir (tal vez), pero no para vivir.  Que la convivencia familiar es sólo posible si es momentánea, fugaz.  Que nuestro espacio más íntimo no es tal, y que el supuesto refugio, la evolución de aquella cueva primigenia que nos protege del exterior, ha resultado por el contrario ser un instrumento más de vulneración al individuo y a la familia “núcleo fundamental de la sociedad”.

Es hora de pensar en futuro, y hacerlo en grande.  El mundo cambió, de acuerdo, pero no cambia sólo, como una idea etérea.  Cambiamos todos, o al menos uno esperaría que así fuese y como tal debe cambiar nuestro mundo más inmediato, la casa.  Soñemos con una sociedad que verdaderamente anhele quedarse en casa, que pueda hacerlo, que llegado el momento de nuevos posibles desafíos o en la vida cotidiana, su espacio no sólo sea digno -pues es un término abstracto e insuficiente- sino que constituya el lugar para permanecer, para disfrutar la soledad y para compartir, para refugiarse, el lugar para desarrollarnos como individuos y desde allí nutrir la célula fundamental de la sociedad, en fin, un lugar para vivir.

Tal vez si avanzamos desde un Estado que vela por el derecho a acceder a la vivienda -el “derecho” a que la compremos o alquilemos- hacia un Estado que vele por el derecho a una vivienda en estos términos,  podremos materializar el sueño de una mejor sociedad, más plena, más justa y más feliz.