Hablemos sobre identidad y Constitución

01 Abril 2021
Enfrentaremos prontamente un momento histórico como país, para el cual todas las discusiones son necesarias, relevantes, incluso fundamentales.
Juan Fernando Yañez >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano
Imagen: https://www.diarioconstitucional.cl

Es un instante en el que como sociedad toda tendremos que asumir el deber, y ejercer el derecho, de trazar rumbos trascendentes. Y de manera casi transversal en todos los rincones del país no dudamos en apoyar, y exigir, que aquellas ideas y propuestas que permitan superar postergaciones, garantizar derechos, procurar el bien común y avanzar hacia una sociedad más justa, constituyan los  cimientos mismos de la  nueva carta fundamental.

En mi opinión personal, me hago parte y con absoluta convicción estimo que así debe ser, y a muchos nos resulta apenas obvio. Superar un débil estado subsidiario, un modelo económico neoliberal y una sociedad individualista; asegurar el acceso al agua para la subsistencia, garantizar el respeto irrestricto a los Derechos Humanos Universales, el derecho a la vivienda entre ellos, la preocupación por la salud, la educación, por el bienestar de los menos favorecidos, el imperativo cuidado del medio ambiente frente al cambio climático, y un listado casi interminable de sueños y necesidades. No me cabe la menor duda que estarán en el centro de las discusiones.

Sin embargo, me produce gran inquietud que no nos estemos deteniendo a discutir, al menos, si desde una constitución política podremos (o siquiera si nos interesa) reivindicar, proteger y estimular la identidad cultural. No aquella imagen folclórica y comercial de bolsillo que sólo sacamos a relucir en instantes específicos: una peña, una ramada, alguna fiesta con día único, o en celebraciones oficiales; o aquella que consumimos y vendemos a visitantes en épocas estivales. ¡No! Me refiero a aquella identidad que define el carácter de los pueblos; la historia particular que brinda sustento a sus modos, a sus apegos, a sus ideales; que determina su relación con el territorio y con el otro; los matices que nos vincula ineludiblemente con el lugar que habitamos y con la comunidad a la cual pertenecemos.

¿Qué lineamientos de orden constitucional implicaría que las particularidades territoriales y las de sus comunidades se puedan / deban proteger o estimular? Y ¿bajo qué parámetros? ¿Acaso consideramos la pertinencia un valor? ¿Y tal valor merece carácter constitucional?

Cada pueblo, en cada lugar, se reconoce a sí mismo y sus singularidades.  Es nuestra tarea descubrir, respetar y valorar tales sutilezas o evidentes diferenciaciones que nos permiten constatar que existen en nuestro país tan diversas y ricas identidades, de gran fortaleza y en constante capacidad de cambio y adaptación; que Chile es la magnífica suma de muchas bellas y potentes fuentes de identidad que debieran surgir y teñirlo todo, y no un gran crisol que pretende amalgamar todo.  Y así nos corresponde compartir la gran preocupación de que la imposición modernizadora del "estándar", tan normal en la mega urbe y tan perjudicial en el territorio, termine alienando y dejando la diversidad como siempre en manos de la "resistencia cultural".

Es como si se hubiese decidido deliberadamente uniformar tanto territorio.  Tal vez fue la dictadura (son imaginables consecuencias de la imposición forzada), no lo sé.  O ante el avance ilusorio del desarrollo, la identidad de los pueblos pasa a ser una anécdota, incluso como decía antes, un producto de mercado.  ¿Chile seguirá siendo ejemplo de homogeneización?

¿La nueva constitución considerará las particularidades culturales como sustrato fundamental y como eje estructural del desarrollo de los pueblos? Para qué, preguntarán algunos.  Bueno, sólo somos un caso entre muchos, pero en Chiloé lo sufrimos, pues el estándar impuesto nos ha obligado a reaccionar con firmas, movilizaciones, reuniones y campañas para evitar que el histórico edificio de la Comisaría de Ancud fuese demolido, para ser reemplazado por una edificación “tipo”, como la de cualquier otro lugar. 

Se construirá una doble vía entre Chacao y Chonchi, tal vez hasta Quellón, que cumplirá con todas las características de cualquier otra vía concesionada de tales condiciones, sin considerar que ella consiste como lo he denominado en artículos anteriores, en un “hachazo” al medio de la isla grande, una ruptura artificial e irreparable sin siquiera considerar la posibilidad de hacerlo distinto, pertinente, apropiado. 

La conectividad del archipiélago ha sido, es y seguirá siendo marítima.  El mar no nos divide, nos une!, sin embargo los intereses particulares y extractivistas del poder nos han llevado a todos en el país a financiar una mega obra inapropiada, injustificada e innecesaria como el costoso puente sobre el canal de Chacao.  Incluso como uno de los grandes colmos que se desprenden de esa ausencia de identidad como base de las políticas públicas, los miembros del Tribunal Constitucional han prohibido incluir la historia de Chiloé y sus tradiciones en los currículos escolares de nuestros estudiantes. Insisto, somos sólo un caso entre muchos y lo abordo por obvia cercanía, pero ejemplos seguramente hay miles, y en cada rincón de esta larga, angosta, rica y diversa faja de tierra.

¿Nos sometemos a la homogeneización del territorio, del paisaje, de las costumbres, incluso de las tradiciones? ¿Avanzamos sobre esa especie de “neocolonialismo criollo” donde el centro de poder domina y determina? O reaccionamos y nos damos la oportunidad de soñar desde las singularidades territoriales, de planificar y definir políticas públicas a partir de las voluntades locales, y de considerar la identidad y la pertinencia como sustrato fundamental para el verdadero desarrollo de los pueblos, y del país.

¿Hacemos algo? O ¿tomamos palco?


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