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Memorias de espiritualidad

10 Agosto 2020

A Dios lo he encontrado, desde que era muy pequeña, en los ojos de mi tía, que ha sido misionera en el Congo y Camerún durante varias décadas, en sus palabras y en sus silencios.

Inma Pérez >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Llevo varios días pensando en cómo empezar estas columnas en torno a temas de espiritualidad y no ha sido fácil. Me han venido a la cabeza decenas de imágenes que me evocan a Dios, que me llevan a conectarme con una parte de mí que no es alcanzable fácilmente, se han abierto viejas preguntas sobre el sentido y la vocación.

Escribir de espiritualidad me transporta fácilmente a recuerdos relacionados con mi experiencia en la vida religiosa, con mis estudios, con la vida comunitaria, con la oración, con los libros leídos, con mucha teoría… pero si abro un poco más el cajón de mis recuerdos, cuando reflexiono de espiritualidad vienen a mi memoria otros rostros, otras palabras, otras culturas, otros ritos...

A Dios lo he encontrado, desde que era muy pequeña, en los ojos de mi tía, que ha sido misionera en el Congo y Camerún durante varias décadas, en sus palabras y en sus silencios.

A ese Dios, sencillo y cercano, me conectó hace unos meses con la imagen de los pies de Mariano Puga, sentado en su silla de ruedas en la Iglesia de Colo. Al igual que mi tía (que tenía las marcas del sol en sus pies), Mariano portaba unas sencillas sandalias, que me recordaron y me reflejaron su sencillez de vida, su saber dónde está lo verdaderamente importante, su opción por vivir con y por los pobres.

Así mismo, vienen a mi memoria recuerdos relacionados con el sentirme parte de algo mucho más grande que lo conocido. Ese aspecto de la espiritualidad, lo he experimentado en la Jornada Mundial de Jóvenes en Madrid 2011, rodeada de miles y millones de jóvenes que querían vivir al estilo de Jesús, pero también lo he podido sentir en medio de las marchas feministas o celebrando el We Tripantu con una comunidad huilliche en Natri. En ambos casos, vivencié lo que es ser comunidad, la fuerza que tiene el estar juntos, el compartir lo que tenemos, el celebrar la vida que nace.

El sentido de trascendencia lo veo reflejado cada día en muchos y muchas mis colegas, docentes, que siguen confiando en que la educación es la herramienta más poderosa de transformación social. Si no confiamos en que habrá un mejor futuro, ¿para qué nos dedicamos a esto?

En los últimos días, la capacidad de confiar la he visto reflejada en los ojos de una niña que, por años, soñaba con tener una mamá y su alegría cuando, por fin, llegó. He visto a esa mujer, que es ahora reflejo de Dios para mí, que cuida y protege, que entrega su vida para que dé fruto.

Y para finalizar, en estos meses de confinamiento, en la música y en el cine, he encontrado constantemente cuestionamientos de la existencia, sobre el sentido de la vida, del dolor, del amor, el perdón, el sufrimiento o la muerte. En las artes, el ser humano es capaz de mostrar aquello que se queda pequeño para las palabras, algo inaccesible como la trascendencia, algo que solo podemos intuir, imaginar, vislumbrar.

Solo espero que estas columnas sirvan para generar diálogo (interno y con otros/as), para que nos podamos cuestionar (y lo pueda hacer conmigo misma) qué buscamos, en qué creemos, qué esperamos, qué proyectamos.

Y para empezar con ese diálogo, ¿cuáles son tus memorias de espiritualidad?

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