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¿Cómo calefaccionaremos el sur de Chile? Una silenciosa crisis global

12 Junio 2020

La contaminación en las ciudades del sur de Chile es sólo la manifestación más evidente de un modelo energético ineficiente e informal, que profundiza la pobreza en barrios con escasos recursos y que pone en jaque la sustentabilidad de nuestros ecosistemas forestales.

Tomás Gárate >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Por primera vez en la historia de la humanidad, en el 2007 más de la mitad de la población en el mundo pasó a vivir en ciudades, y en un futuro cercano esta proporción aumentará al 70%. Considerando que durante el siglo XIX y XX el crecimiento urbano fue liderado por Europa y América del Norte, en el siglo XXI se está concentrando fuertemente en países en vías de desarrollo del hemisferio sur. De hecho, se espera que la población urbana en regiones emergentes como África y Asia se duplique en los próximos 40 años, con las mayores tasas de crecimiento urbano en el mundo. En la práctica, esto significará un aumento de entre 2.600 y 5.300 millones de personas viviendo en ciudades en las próximas décadas, en serias condiciones de vulnerabilidad. No obstante, aunque las ciudades ocupan solo el 2% de la superficie terrestre, están detonando múltiples problemáticas socioambientales alrededor del mundo: son responsables del 75% del consumo global de recursos naturales y del 73% de las emisiones de C02. 

Uno de los principales desafíos asociados al crecimiento urbano mundial corresponde al consumo energético, requerido para ámbitos tan diversos como el transporte, servicios, producción y calefacción. Las grandes urbes de Norteamérica lideran el gasto en energía, basado fuertemente en el uso de combustibles fósiles como petróleo, gas y carbón. No obstante, los asentamientos urbanos de países con menos recursos dependen de fuentes energéticas tradicionales de bajo costo para cubrir necesidades básicas como cocinar, iluminar y calentar viviendas. Este problema es acuñado bajo el concepto de “Pobreza energética”, el cual resume la dificultad de acceso a energía de calidad mediante dimensiones como el acceso, la equidad y la calidad del suministro. ¿Qué implicancias prácticas tiene todo esto? Detengámonos un segundo para vincular las ideas: en las próximas décadas, 5.300 millones de personas adicionales vivirán en ciudades de países en vías de desarrollo y en condiciones de pobreza energética, demandando un consumo masivo de recursos naturales altamente contaminantes para cubrir necesidades sociales básicas. En las condiciones actuales, esto provocaría un colapso ecológico, social y sanitario sin precedentes en el corto plazo. 

Una de los consecuencias más alarmantes y evidentes del consumo energético en ciudades es la contaminación atmosférica. De hecho, si bien el COVID-19 ha significado una crisis global inédita, provocando 416.000 muertes a la fecha, la contaminación del aire es responsable de 4,2 millones de muertes al año. En todo el mundo causa el 16% de las muertes de cáncer, 25% de las muertes de obstrucción pulmonar y el 26% de las muertes asociadas a infecciones respiratorias.  Incluso, ya existe evidencia en Inglaterra y Estados Unidos sobre el rol del aire contaminado en la dispersión e incidencia de COVID-19. 

¿Cómo estamos abordando esta problemática en las ciudades chilenas? Lamentablemente, estamos recién entrando a un nuevo invierno y múltiples zonas del país ya se están ahogando en humo: Chile concentra 12 de las 15 ciudades más contaminadas de América Latina y el Caribe, la mayoría concentradas en la zona sur del país. La contaminación en estas ciudades es sólo la manifestación más evidente de un modelo energético ineficiente e informal, que profundiza la pobreza en barrios con escasos recursos y que pone en jaque la sustentabilidad de nuestros ecosistemas forestales. 

Para la zona sur, la literatura especializada identifica dos causas principales. En primer lugar, el elevado consumo doméstico de leña, la cual corresponde a la principal fuente de calefacción y el combustible de mayor penetración en la población de escasos recursos. Del total de leña anual consumida (13,1 millones de m3) entre la IV y la XII región, solo el 23% se encuentra certificada, es decir, con un porcentaje de humedad menor al 25%, lo cual disminuye dramáticamente su poder calórico y aumenta la generación de material particulado contaminante. Al mismo tiempo, el 77% de leña restante es parte de un comercio informal y desregulado, que contribuye directamente a la pérdida y empobrecimiento de nuestros bosques nativos. En segundo lugar, el consumo energético ineficiente. En parte, esto es provocado por las precarias condiciones constructivas de las viviendas. De hecho, el 65% de las viviendas en el sur de Chile no cuenta con estándares térmicos mínimos de construcción. Es decir, en la práctica muchas casas funcionan como un verdadero colador, con tasas de renovación de aire hasta 17 veces por sobre lo recomendado. Esto es agravado por el uso masificado de sistemas anticuados e ineficientes de combustión: salamandras, estufas y cocinas a leñas aprovechan solo hasta el 35% del poder calórico. 

Finalmente, todas estas condiciones desfavorecen de manera dramática a las familias más vulnerables, acrecentando la desigualdad en barrios y ciudades: un 30% de personas pertenecientes a los quintiles más bajos pasa frío en el invierno, destinando hasta un 70% de sus ingresos en energía. La precariedad e insalubridad del ambiente interior y exterior de miles de hogares, sumado a la presión económica que enfrentan día a día sus familias por calentarlas, es la cara más dura de un problema socioeconómico, sanitario y ambiental que estamos lejos de resolver y necesitamos asumir con urgencia. Si bien el desarrollo tecnológico está volviendo cada vez más accesibles distintas soluciones energéticas, tendremos que asumir una transición y penetración de estas a mediano plazo. A partir de lo anterior, requeriremos miradas sistémicas, interdisciplinarias y multisectoriales que permitan redefinir de manera integral el modelo energético domiciliario en el corto plazo, mediante mejores prácticas de producción y manejo forestal; el incentivo de modelos asociativos y vecinales de compra y venta de leña certificada; y mejoras constructivas costo-eficientes en viviendas de escasos recursos que respondan a diagnósticos técnicos especializados. 

En un mundo urbanizado, y en acelerada urbanización, las ciudades concentran parte importante de los desafíos sociales y ambientales que enfrentamos como sociedad. Es en la complejidad de estos ecosistemas urbanos, donde como fundación vemos una oportunidad única para el desarrollo de soluciones colectivas, innovadoras y transformadoras que revolucionen la manera en que habitamos este planeta. Un ejemplo de ello es que recientemente La Fundación Legado Chile en conjunto con el Colegio de Arquitectos de Chile y su proyecto Casa Sana Vida Sana, y la Municipalidad de Puerto Montt, nos adjudicamos el concurso de Innovación Social 2020 que entrega Fosis. Con este proyecto buscamos implementar un sistema de compra asociativa de leña sostenible e intervenciones de aislación térmica para disminuir la contaminación ambiental y reducir los costos asociados al uso de calefacción de los vecinos vulnerables del barrio Erardo Werner. Este se implementará el segundo semestre de este año y son 34 viviendas las beneficiadas. Además estamos impulsando a través de nuestras redes sociales una campaña que busca ayudar a familias vulnerables de Llanquihue que necesitan calefaccionarse y a quienes queremos aportar con leña seca y con certificación de planes de manejo. Estos son sólo algunos pasos en un camino que debemos aprender a caminar entre todos y por el bien de todos.

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