Una deuda con Mauricio de la Parra

24 Julio 2020

De contextura XL y movimientos torpes, Mauricio tenía el carácter fuerte y animoso de aquellos creadores que no se amilanan ante las adversidades, sino que, sencillamente, les pasan por encima. 

Manuel Gallardo >
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La primera vez que conversé con Mauricio de la Parra, no le creí nada de lo que me contó. Me dijo que llevaba un tiempo organizando un festival de teatro en Puerto Montt con entrada liberada y que duraba casi un mes. Que estaba pensando en traer más compañías extranjeras y en hacer itinerancia en las comunas aledañas y también en Chiloé. Que tenía el patrocinio de la municipalidad -de la que era funcionario- y que estaba buscando respaldo en el Gobierno Regional de Los Lagos y en la Universidad de Chile. Que había gente que no lo quería pero que no le importaba. Era 1995. Y todo lo que decía resultó ser cierto.

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A fines de ese año, el diario local lo nombró personaje del Año y le publicó una extensa entrevista en la que, fiel a su estilo, no puso demasiados filtros a sus declaraciones. El alcalde de la época lo despidió al día siguiente. Y al subsiguiente se retractó (El alcalde de su decisión, jamás Mauricio de sus palabras). 

Pocos años después tuve el honor de colaborar con Mauricio de la Parra en la producción de varias versiones de los Temporales Internacionales de Teatro. Fui testigo de la evolución del festival y, sobre todo, de la manera en que las ideas más descabelladas de su director se convertían en realidad. Como cuando en 2003, y con motivo de los 150 años de Puerto Montt, decidió que la muestra convocaría a compañías de los 5 continentes y que duraría ¡45 días! Así fue y resultó un éxito.

De contextura XL y movimientos torpes, siempre apoyado en una muleta y tras unos lentes ópticos impresionantemente gruesos, Mauricio tenía el carácter fuerte y animoso de aquellos creadores que no se amilanan ante las adversidades, sino que, sencillamente, les pasan por encima. 

Así logró convertir las modestas jornadas culturales de Puerto Montt de principios de los años 90, en uno de los eventos teatrales más importantes del país. Dueño de una agenda telefónica envidiable, en un minuto conversaba solemnemente con el rector de la Universidad de Chile y al siguiente intercambiaba bromas de doble sentido con Delfina Guzmán, chanceaba con Italo Passalacqua o convencía a Oscar Castro para que dejara París por unos días para hacer un monólogo en Puerto Montt.

A fines de julio de 2011, terminando ya la versión de ese año de los Temporales Teatrales, conversamos sobre sus proyecciones para los festivales venideros (le rondaba la idea construir un teatro en la población Mirasol) y me contó también sobre los planes que tenía para su cumpleaños 70 -que celebraría en 2013- incluyendo el menú, a quienes quería invitar y a quienes por ningún motivo convocaría. 

Esa fue la última vez que nos vimos. Falleció pocas semanas después. Lo despedimos sobre el escenario del Teatro Diego Rivera en su tránsito al Oriente Eterno. No pocas veces lo acusaron de “jugar solo”. De ser autoritario y poco generoso con la cartelera de los TIT. De invitar solamente a sus amigos. De actuar como si fuera el dueño exclusivo del festival. 

Pero en abril de 2012, con motivo del lanzamiento de los XXIII Temporales Internacionales de Teatro, el premio Nacional de Artes de Representación 2011, Juan Radrigán, declaró que Mauricio “fue querido y mal querido, como todo quien se pone en frente de algo” y añadió que, como creador de los Temporales Teatrales “fue más de lo que muchos llegaron a ser. Debieran ponerle su nombre a los Temporales o a un concurso de dramaturgia”.

En Ancud, donde una buena porción de su corazón y su obra echaron raíces, el teatro de la Municipalidad lleva, en efecto, su nombre. Pero Puerto Montt todavía le debe un tributo. Dicen que nunca es tarde, hasta que resulta demasiado tarde.


Imagen: Uchile.cl