Minicuento: "Mente Suicida, salto al vacío"

18 Diciembre 2011

La presión familiar se canaliza de distintas formas, un mente suicida opta por dejar de ser lo que se espera que sea, saltar al vacío parece ser la solución.

Aldo Astete >
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En el triste mes de julio de 1991 mi familia partió en busca de mejores expectativas hacia un pueblo desconocido, el árido Chiguayante. En realidad parecía una gran población muy distinta de la húmeda tierra del sur de la que proveníamos.

Para todos el cambio fue traumático, mis hermanos terminaron sus estudios secundarios y debían continuar con la Universidad o simplemente trabajar. Estaban obligados a tomar la segunda opción, pues no teníamos dinero y las expectativas que mis hermanos fueran profesionales eran mínimas. Yo en cambio, por mi juventud y supuestas habilidades era la esperanza de mis padres.

Mi entrada a la adolescencia no fue nada fácil. En el colegio, los muchachos no me hacían gratas las cosas, constantemente se burlaban de mi acento al hablar y de mi soledad. Las niñas por su parte, no se interesaban en mí, pues no tenía la apariencia, ni la vida social de mis demás compañeros. En resumidas cuentas no tenía nada que ofrecerles. Debiendo aprender a hacerme un espacio y encontrar respeto a fuerza de violencia. En este proceso bajé mis promedios de notas y empeoré mi comportamiento. Pese a ello, me las arreglaba para destacar y tener un rendimiento superior a la media.

A fin de año se produjo algo inusitado, se abrían las admisiones de los liceos más emblemáticos de Concepción y de acuerdo a mis habilidades manuales y a la orientación vocacional de mi padre, mi futuro era uno solo y no había posibilidades para el error; debía ingresar al Liceo Industrial de Concepción, con gran prestigio regional, o el Liceo de Chiguayante, donde iban todos los que no podían ingresar al Enrique Molina Garmendia, Liceo de Niñas, Liceo Experimental de Niñas, Incofe, Insuco o Salesianos.

Con un nerviosismo indescriptible, asistí a los exámenes, la tensión era generalizada. Cuarenta alumnos en cada una de las nueve salas disponibles, me hicieron pensar en seguida en la minuciosa selección que harían y más complicado aún me sentía, como único alumno de mi colegio.

El primer examen fue de matemática y dada su exigencia, no logré contestar todas las preguntas, de hecho me arriesgué a responder varias sin estar completamente seguro, siendo el último en dejar la sala. Estuve apenas un par de minutos tomando aire cuando ingresamos al examen de Lenguaje, pero aún no lograba quitar de mis pensamientos el de matemática y entre la sintaxis y la gramática mi ánimo decayó y al igual que la prueba anterior, no concluí todas las preguntas y algunas solo respondí por cumplir.

El almuerzo se extendería por una hora y media, muchos se fueron a sus casas y otros tantos nos quedamos comiendo lo que traíamos de nuestros hogares, y en el extenso tiempo libre que nos quedó, aprovechamos de recorrer el liceo. Intenté imaginar que estaría ahí el próximo año, entre talleres y aulas, no obstante rondaba en mi mente la terrible certeza, de no haber rendido bien los exámenes, aún que la mayor preocupación era decepcionar a mis padres, traicionando las expectativas puestas en mí. Literalmente me quería morir.

Aún faltaban minutos para dar el último examen de conocimientos generales, y quienes se fueron a sus casas retornaban bostezando. De pronto, me percaté de que algunos muchachos ingresaban por un agujero en la pandereta hasta un bosque contiguo el que terminaba en un alto cerro. Ingresé tímidamente subiendo por un sendero el que desembocaba en una encrucijada y ahí pude oír a otros cercanos, sin embargo no me interesaba encontrarlos, quería estar solo y caminé por un sendero que me condujo lejos de las voces.

Un claro se abría a una especie de mirador circunstancial hacia el horizonte. Acercándome al borde pude ver bajo mis pies una pendiente cortada a filo, de considerable altura. En la pendiente, entre las ramas del roce, sobresalían puntiagudos troncos que quedaron luego ser cortados los árboles. Por mis pensamientos circuló la irrevocable idea de poner término a mi vida, no soportaba la presión familiar y era un hecho mi fracaso. Se hacía necesario poner un pronto término a mi aflicción.

Comencé a retroceder para tomar vuelo y correr a toda velocidad y lanzarme al vacío. Mi congoja era inmensa, las lágrimas fluían sin notarlo como un pequeño y escondido manantial. Tomé suficiente distancia, si me apresuraba todo acabaría rápido, el golpe de seguro se llevaría mi vida. Comencé a correr, el corazón agitado, la mente confundida, mi mirada nublada, el mundo pronto se acabaría.

- ¡Alto, dónde vas, tenemos que volver!-  fue el grito que frenó de golpe mi andar ligero, sólo unos metros me separaron del precipicio y la muerte. Esa voz que había evitado con anterioridad me distrajo, me sacó del trance mortal y hoy cuanto le agradezco.

Finalmente, quedé seleccionado en el liceo, mas de quien me salvó la vida nunca más supe, de hecho no le vi el siguiente año, ni recuerdo su nombre y su rostro. Soy un maldito ingrato.

 

Aldo Astete Cuadra

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