Mente Suicida, the swimmer

20 Noviembre 2011

Los peligros están presentes en la vida de los niños, surgen de todas partes, sin embargo algunos tientan su suerte, se exponen conociendo los riesgos. ¿un cuasi suicidio?

Aldo Astete >
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En un día radiante de verano lacustre, en el pueblo de Panguipulli, como de costumbre, acompañé a mi Tío Lolo a su trabajo. Él, un pintor de brocha gorda era el más conocido y solicitado de la comuna llegando a trabajar, en ocasiones, hasta con tres ayudantes. Esta vez sería yo uno más de sus acompañantes, dirigiéndonos prontamente a unas cabañas aledañas a la playa del balneario “Roble Huacho”. Claro está que a mis siete años mi compromiso laboral era tan exiguo como mi edad, así que pronto, una vez que la temperatura aumentó, terminé nadando en las cálidas aguas de aquel concurrido balneario.

Jugué por largos minutos a imitar los braceos de un nadador profesional, sin embargo en cada intento, mis manos tocaban el fondo arenoso. No me desanimé, por el contrario, era un desafío permanente que requería de esfuerzo y concentración. Además, contaba con el apoyo de mi Tío Lolo, quien cada cierto tiempo, se acercaba para cerciorarse de mis progresos en el nado.

Cuando aumentó el público bañista y vi mi espacio limitado, decidí ir a nadar cerca de un pequeño muelle para botes de arriendo. Ahí mi presencia fue apenas percibida por el dueño, y por los ocasionales navegantes. Así estuve un rato, pendiente de las salidas de los pequeños navíos, cuando de pronto surgió en mí la peligrosa idea de colgarme de la popa de los botes para ser arrastrado unos metros y soltarme en donde aún daba pie, para luego volver nadando al punto de partida. Estaba decidido a aumentar mi hazaña, claro que de esto no se enteró mi tío, pues de otro modo me hubiera sacado inmediatamente del agua, dándome una larga reprimenda.

En mi interior de rapaz travieso logré comprender con claridad el peligro que implicaría mi nueva hazaña, pero pese a esa certeza decidí embarcarme en un viaje más osado que los anteriores; viéndome remolcado más allá de donde se encontraban los últimos bañistas, quienes no observaron ni menos imaginaron al extraño polisón que era arrastrado por el bote.

Ya adentrado en el lago, mis brazos comenzaron a sentir el rigor del esfuerzo. Intenté acomodarme pero fui descubierto de inmediato por los tripulantes del bote, cuatro adolescentes que reaccionaron violentamente llamándome la atención, sin dimensionar mi peligrosa situación. Fue tal el miedo que sentí, que decidí separarme del bote e intentar llegar a la orilla por mis propios medios. Naturalmente intenté dar pie sumergiéndome en el acto, pero al salir a la superficie pude observar la costa distante, acrecentándose en mí el miedo y la desesperación. Manoteé intentando nadar como antes lo hacía en la orilla, pero no lo logré; ya había tragado bastante agua y no me quedaban fuerzas.

La resignación acudió cuando pude ver el fondo arenoso, con troncos,  que en distintas direcciones y tamaños tapizaban una atmósfera encantada y liviana. Ya no manoteé, me iba irremediablemente al fondo. Mientras me sumergía, completamente perdido en las profundidades encantadas, fui jalado en un instante por una mano salvadora que me tomó de un brazo y me subió al bote. El miedo y el sobresalto provocaron en mí una explosión de llanto y, como el recién nacido al que se le estimula el sollozo mediante una palmada, mis pulmones cambiaron líquido por aire volviéndome a la vida rápidamente. El agua salía de mi boca y nariz a raudales. Creo que los del bote sintieron algo de culpabilidad, pues su tono cambió drásticamente, intentando por todos los medios bajar el perfil a la situación.

Después de un rato, en el que navegamos de manera horizontal a la playa y seguros de mi estabilidad, los adolescentes recalaron dejándome en el pequeño muelle. Yo, acongojado aún, me fui velozmente donde mi tío,  quien jamás se enteró de lo sucedido.

 

Aldo Astete Cuadra

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