La ciudad: un organismo complejo

02 Junio 2020

Somos seres sociales, nuestro desarrollo como humanidad es ante todo comunitario y es desde allí, desde el carácter de grupo, que cobra sentido nuestro permanente esfuerzo por comunicarnos, por compartir, por trascender.

Juan Fernando Yañez >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

En un texto anterior reflexionábamos sobre la vivienda, la “casa” como espacio principal a evaluar y resolver en el proceso de transformación y dignificación de nuestra sociedad, pero esta vez haremos un esfuerzo adicional.  Veamos: Aunque en una analogía un tanto osada y extravagante, y sólo para los efectos lúdicos de este texto, imaginemos al individuo como el equivalente a la célula -unidad fundamental e indivisible de los seres vivos- en este caso en la ciudad, el magnífico organismo que nos convoca; y acordemos que en el sentido más estricto del término, como no existe el concepto de “media neurona” de igual forma resulta absurda la idea de “media persona”, por ejemplo. (Aunque el desarrollo inmobiliario pareciera empecinarse en una suerte de experimento microbiológico con la construcción de nocivas y microscópicas pseudo-viviendas cuyo resultado incluso se opone al concepto de vida).

Ahora, también resulta obvio que no es posible abordar el desafío de estudiar e intervenir un organismo tan complejo como la ciudad únicamente desde sus “células” si no comprendemos el intrincado sistema de relaciones y dependencias entre cada una de las partes que lo componen.  No somos sólo individuos que conviven voluntaria o accidentalmente.  Somos seres sociales, nuestro desarrollo como humanidad es ante todo comunitario y es desde allí, desde el carácter de grupo, que cobra sentido nuestro permanente esfuerzo por comunicarnos, por compartir, por trascender.

Y lo hacemos desde las más diversas interacciones en torno a los satisfactores de nuestras necesidades, sean estas reales, creadas o imaginadas.  Nos congregamos para vivir, para alimentarnos, para producir y para intercambiar cuanto hacemos y cuanto sabemos; nos congregamos para consumir, para formarnos física, mental o espiritualmente.  Nos congregamos incluso para divertirnos y hasta para castigarnos.  Y es allí justamente, en ese intrincado sistema de relaciones, que damos cuerpo y vida al ser que nos une y convoca: la ciudad.

Pero en todo organismo saludable ¿no debiese tal sistema de relaciones equivaler a una armónica sinfonía? ¿Un conjunto de órganos y partes cumpliendo magistralmente su función, en apoyo mutuo y en perfecta sincronía? No sobra un glóbulo, no falta un ácido, no hay competencias ni pretensiones por destacar (entiéndase “ser más, tener más”), pues eso significaría el inmediato desequilibrio y riesgo para todos. 

Sigamos haciendo el esfuerzo pues, divertirse no cuesta nada (ilusa afirmación): ¿Y si el cerebro y sus neuronas dijeran: Nosotros en el barrio alto –sí, obvio, alto- somos quienes mandamos, nada se hace si no es por nosotros, y con sus eléctricas órdenes sutilmente sugirieran “trabajen vagos”, y pretendieran que pueden vivir sin los demás? Entonces estaría bien que, en otro extremo un riñón y sus nefronas dijeran algo así como: “¿saben qué? Vamos a demostrarles que no se trata sólo del poder, aquí todos aportamos a la sociedad (perdón, al organismo) y sin nosotros esto no funciona!”, ¿qué tal que decidiesen hacer huelga por ejemplo? ¿Y si se unen los intestinos? Hasta el más pequeño y más distante grupo de células es parte fundamental e indispensable para el bienestar común.

Pues bien, si no logramos comprender que cada individuo, cada casa, cada lugar merecen ser abordados y tratados como parte fundamental de un todo, nuestras ciudades permanecerán enfermas.  Si destinamos más oxigeno (contante y sonante) sólo a ciertos órganos con ínfulas de superioridad, pues estaremos inevitablemente causando el deterioro y daño de otros igualmente necesitados.  Si asumimos que ya no hacemos casetas sanitarias, no señor, sino flamantes viviendas sociales de hasta 55m2 y con eso estamos bien, implica aceptar que nos parece correcto someter a la hipoxia (deficiencia de oxígeno) a un amplio sector de nuestro organismo (de la ciudad, de la sociedad).

No sé si les suene familiar, pero nos hemos encargado de engordar un puñado de células, un grupúsculo que nos ha convencido que crecer es precisamente el camino al bienestar, y es en este punto en que se vuelve vital recordar que “el cáncer comienza cuando las células crecen descontroladamente sobrepasando a las células normales”, según una definición extraída de www.cancer.org.

Reflexión de escritura: más que células fundamentales, ¿seremos considerados viles bacterias, o virus? ¿Invisibles y a la vez poderosos? ¡Todo calza!