Una vida, simplemente... muchas vidas

03 Julio 2009
on “El Buda blanco”, el multifacético artista japonés Hitonari Tsuji (1959) inscribió su nombre junto al de grandes como George Bernanos, Romain Rolland, Marguerite Yourcenar y Antoine de Saint-Exupéry. Por Daniel Carrillo
D Carrillo >
authenticated user Corresponsal
Como alguna vez lo escribiera Henry James, el fin último de una novela es representar la vida, objetivo que logra con creces Hitonari Tsuji con "El Buda blanco"
.
Publicada originalmente en japonés en 1997 y traducida desde el francés al español recién en 2008, se trata de una historia sencilla, inspirada en la vida del abuelo del autor, un armero de la isla de Ono que desde su niñez se cuestiona el sentido de la existencia y la muerte, la trascendencia, el amor y el olvido.
“Si la muerte sólo es desesperación, ¿por qué los seres humanos vienen al mundo”, se pregunta Minoru Eguchi, el protagonista, después de rematar con su bayoneta a un soldado ruso en Siberia, durante la guerra ruso-japonesa, incursión militar de la que saldría librado debido a una herida en su pierna.
Las travesuras infantiles, algunas de ellas algo macabras, y el descubrimiento del sexo opuesto marcan las primeras páginas de la novela, contada como un interminable racconto desde el lecho de muerte de Minoru.
Como caminando a la par con el siglo, su biografía se enlaza con varios hitos de la historia del Japón, como la derrota sufrida en la Segunda Guerra Mundial, que también trae la debacle económica para la armería.
Paralelamente y cada vez más breves a medida que pasan los años, la mente de Minoru se deja llevar por “reminiscencias” que lo envuelven como ecos de una vida pasada y refuerzan su creencia en la transmigración de las almas. Esto no sólo lo confirman sus recurrentes déjà vu, sino que también las visitas de los fantasmas de Otowa –su primer amor- y sus amigos Hayato y Tetsuzo.
A medida que su temple madura, el armero y también inventor llega a convencerse de que “llevar dentro la duda del porqué estoy aquí es la esencia de la vida”, cuya clave finalmente radica en un simple parpadeo.
De ahí, y ya empinándose sobre los 66 años, decide ocupar sus últimas fuerzas en construir un gran Buda blanco con los huesos de todos los muertos de la isla de Ono. Con esta estatua, Minoru busca que las almas de los antepasados logren reunirse algún día en el otro mundo y no sean olvidadas por las generaciones futuras.
Laureado en Francia con el Premio Femina, "El Buda blanco" se termina de leer con una sensación de plenitud y paz, la misma que invade al protagonista cuando cierra los ojos por última vez.